Transición de la nutrición y obesidad

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En el mundo en desarrollo la obesidad puede considerarse el resultado de una serie de transformaciones de la alimentación, la actividad física, la salud y la nutrición, llamadas en conjunto «transición de la nutrición». Conforme se vuelven más prósperos los países pobres, adquieren algunos beneficios y algunos problemas de los países industrializados. Entre éstos, la obesidad.

Como las zonas urbanas han avanzado mucho más en la transición que las rurales, presentan índices de obesidad mayores. Las ciudades ofrecen una mayor variedad de opciones alimentarias, por lo general a precios más bajos. El trabajo urbano a menudo exige menos actividad física que el del campo. Y como cada vez más mujeres trabajan fuera de casa, pueden estar demasiado ocupadas para comprar y preparar alimentos sanos en el hogar. Se añade al problema que más personas estén trasladándose a las ciudades. En 1900, apenas el 10% de la población mundial vivía en las ciudades. Hoy, esa cifra es de casi el 50%.

Esto no significa que las zonas rurales estén exentas del problema de la obesidad. El incremento de la mecanización del trabajo agrícola se traduce en disminución de la actividad física a la vez que hay más alimentos disponibles, aunque no necesariamente de mejor calidad. Muchos campesinos han abandonado la agricultura de subsistencia en la que se producen diversos cultivos que ofrecen una alimentación más equilibrada a favor de monocultivos comerciales de alto rendimiento.

Importación de las costumbres alimentarias

Otro elemento de la transición de la nutrición es la importación cada vez mayor de alimentos del mundo industrializado. En consecuencia, la alimentación tradicional que contenía cereales y hortalizas está cambiando por otros con gran contenido de grasas y azúcar.

Algunos críticos acusan a los países industrializados de producir cortes de carne magros para sus ciudadanos y vender en otras partes la carne grasa restante. Las rabadillas de pavo y la falda de carnero (cortes de piel, grasa y poca carne) se venden, por ejemplo, al mundo en desarrollo, pese a que el 80% de la energía de estos productos procede de la grasa.

Y conforme las empresas comercializadoras de carne ven subir los ingresos en el mundo en desarrollo, dirigen su atención a esos nuevos mercados. De México a Marruecos, los mismos alimentos que son un peligro para la salud en los países ricos hoy tientan a los pobres.

Otros cambios en la alimentación están dándose sin influencia externa. En China, cuando el ingreso per cápita se cuadruplicó tras las reformas económicas de fines del decenio de 1970, se disparó el consumo de alimentos con alto contenido de grasas. Y mientras los ingresos aumentaban, disminuía el costo de los alimentos grasos. En 1962, una dieta con el 20% del total de energía compuesto de grasas correspondía a un PNB per cápita de 1 475 dólares EE UU. Para 1990, un PNB de apenas 750 dólares EE UU correspondía a la misma alimentación.

En diversos países, la globalización ha modificado el rostro de la obesidad. En México y Brasil, por ejemplo, donde el exceso de peso solía ser señal de riqueza, hoy a menudo indica pobreza. La mayor disponibilidad de alimentos a precios más bajos significa que los pobres tienen acceso a alimentos más grasos. Mientras las capas superiores de la sociedad adoptan formas de vida sanas, los pobres tienen menos opciones alimentarias y un acceso más limitado a educación sobre nutrición.

El costo de una mala alimentación

Las personas con peso bajo y sobrante tienen en común elevados niveles de enfermedad y discapacidad, menos años de vida y productividad disminuida. La obesidad aumenta el peligro de enfermedades crónicas, como la diabetes, la hipertensión, las enfermedades del corazón, accidentes vasculares, enfermedades de la vesícula y una variedad de formas de cáncer.

Y el mundo en desarrollo corre el peligro de llevarse la parte del león de la carga cada vez mayor de enfermedades. Por ejemplo, se prevé que entre 1998 y 2025 se duplique a 300 millones el número de personas con diabetes relacionada con la obesidad, y tres cuartas partes de ese aumento corresponde al mundo en desarrollo. En los países cuyos recursos económicos y sociales ya sufren una gran presión, los resultados podrían ser catastróficos.

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