Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué Danell Pérez
Dicen y maldicen que 2017 será un año terrible, fundamentalmente por el aumento del precio de la gasolina y diésel, seguido por el de electricidad y gas. Y esto motivó la convocatoria de anónimos y declarantes profesionales (dicho así porque son los que viven de ello) a la protesta y el reclamo, a la destitución de los sátrapas gobernantes que impusieron tan drástica medida.
Nada nuevo bajo el Sol, que por más que brilla no calienta al pueblo mexicano. Se repiten los anuncios de bloqueos (en este caso a gasolineras), cierre de carreteras, tomas de edificios públicos, marchas callejeras, mentadas de madre al presidente y su séquito de gobernantes, gritos, protestas y hasta un exhorto a paro nacional. Las autonombradas redes sociales saturadas de todo tipo de quejas, insultos, “análisis”, berrinches, diagnósticos, interpretaciones y pontificaciones del abominable encarecimiento del combustible.
Prácticas y hechos todos ellos con los que ha convivido el Estado y la sociedad, y que el Gobierno ha sabido desmantelar históricamente y ha salido impune por el costo en vidas de las protestas más agudas. Las estrategias de represión y control de las movilizaciones populares en contra de las medidas económicas, políticas y sociales arbitrarias, impuestas por los gobiernos de México, cada vez más, superan en eficacia a la organización y movilización de las clases desposeídas y explotadas.
La mediocridad y sometimiento, con pagos en dinero sucio bajo la mesa, de los dirigentes y líderes de las organizaciones que aglutinan y enajenan a campesinos, obreros, clase media y la llamada sociedad civil, ha sido el detonante para frenar las protestas cuando rebasan los límites establecidos por el Estado.
Esto ha convertido a México en un laboratorio de prueba, en el que se puede medir lo que en el vox populi se dice es el aguante de un pueblo pauperizado, engañado, mediatizado, humillado, denigrado; al que lo mismo lo violentan y amedrentan con una guerra mediática para combatir el crimen organizado, que se burlan de su dignidad con investigaciones obtusas en la desaparición de estudiantes normalistas, y le presentan un teatro franelero de la estupidez presidencial, como si eso fuera cierto, como si el Gobierno fuera el tonto del pueblo, y para esto sirva como la válvula de escape del enojo, inconformidad, desesperación, encabronamiento del grueso de la sociedad.
La clase media se desborda en insultos y convocatorias a la rebelión, desde la comodidad de sus celulares; insulta, agrede, desvaría, enloquece, baja a las deidades de todos los hemisferios, convoca a los caudillos masacrados para que levanten la voz desde sus tumbas y sus espectros cabalguen por las calles de ciudades y pueblos, levantando polvareda revolucionaria, así, a secas, sin compromiso de su parte, sin participación de su parte más allá de un texto flaco y agrio en las redes sociales.
Los más atrevidos de esos activistas redesociales se suman a marchas callejeras, con pancartas en cartulina y tinta roja y negra, para darse la satisfacción anónima de mentarle la madre al señor presidente Peña Nieto, al que miden de tú a tú en su consigna fugaz. “Pinche gobierno hijo de tu puta madre”, es lo menos que se lee en esas cartulinas, que al concluir la marcha terminan en el bote de basura, porque la selfi de su participación ya circuló por Facebook, cual fiel testimonio de que “lo que digo lo sostengo”.
Los medios de comunicación, escritos, electrónicos y cibernéticos… bien gracias: ajustados, alineados a reproducir los boletines, comunicados u ordenamientos despachados desde la oficina de Comunicación Social de la Presidencia de la República. Todo bien medido, calculado, como sea las mentadas de madre son como las llamadas a Misa, sólo el que quiere va. Así que griten, mienten madres, hagan berrinches. Todo bien, mientras no dejen salir al pueblo a las calles, a los que resienten en carne propia y en su día a día estos aumentos insensatos de los precios de los combustibles que detonan el encarecimiento de la vida en todo el país.
Que marchen, que cierren gasolineras, que bloqueen carreteras, que insulten, que quemen botargas, que se tiren al piso y pataleen, que hagan y deshagan; pero que no salga el pueblo a las calles, que no se permita que las sierras y montes aniden, alimenten el andar de los más pobres, porque esa marcha ya nadie la detiene; predica el Gobierno.
No, el Gobierno, el Estado, no son estúpidos; son expertos simuladores.