Pobreza, necesidad estructural del Estado

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Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ

La realidad de México hoy día es un amasijo de verdades a modo y mentiras llamadas a verdades, que por su naturaleza hunden más, y más, y más al país. Promesas, estadísticas de logros gubernamentales y discursos están lejos de superar y resolver los problemas fundamentales de la agenda nacional. Al contrario, se acumulan como gigantescas peñas que oprimen, destrozan, la calidad de vida y estabilidad social.

Y en este escenario, la pobreza es uno de esos lastres que atora el desarrollo, que en tiempos actuales se ve agravado por la inseguridad y violencia, fenómenos que conforman la columna vertebral del desastre nacional.

Por eso mismo, hablar de avances y retrocesos, citar estadísticas y números del aumento o disminución de la pobreza, no logran retraer el efecto que tiene en la vida del país y, cada vez más, esas herramientas discursivas pierden efectividad para convencer a la sociedad de que los programas, proyectos y políticas públicas, que se dice desde la tribuna de los gobiernos, están dirigidos a abatir dicha problemática.

Cada presidente de la República hace sus mediciones, a modo, del tamaño de la pobreza en estadísticas perfectamente manipulables para determinar la magnitud y efecto que este flagelo puede tener en la vida presente de sus respectivos sexenios y calculan, anuncian, el daño que pudiera causar al futuro del país.

Los gobiernos, desde que México es país independiente, afirmaron, y afirman, que combaten la pobreza, deploran la existencia de la miseria, y ponderan el trabajo que dicen hacer para acabar con ese fenómeno social y económico: todos han fracasado.

Los avances y logros que anuncian las administraciones sexenales referidas a terminar con esta problemática, se reducen al pregonar del refranero cuando cita: “dime de qué presumes, para saber de qué careces”.

Así como ese dicho, los gobernantes de los tres niveles de la administración pública, incansables afirman y repiten una y otra, y otra vez los logros en reducir el número de pobres, producto de los esfuerzos y trabajos que dicen realizar.

Pero la pobreza permanece ahí, asida, anclada en la mayor parte de la sociedad, y ahí existirá mientras exista un sistema de acumulación de riqueza, y todo lo que se diga o haga para acabar con ella será una simple mentira llamada a ser verdad para los oídos del poder, pero sólo para ellos, para los dueños de las grandes empresas, de las multinacionales y la alta burocracia que se enriquece a costa del erario público; impuestos.

Y es que para el capital la pobreza es imprescindible, puesto que sólo con la existencia de ésta puede existir, también, la riqueza: a mayor concentración de riqueza, mayor número de pobres.

Para los dueños del capital el que existan pobres, es la razón de ser de sus fortunas, porque son ellos los que alimentan con su trabajo los procesos productivos de las factorías y empresas, y lo que la da vida al mercado.

Sin pobres se paralizaría la producción de mercancías; ropa, calzado, enseres de todo tipo, autos, alimentos, así como infraestructura, edificios, carreteras, puertos.

Por esto la pobreza prevalece y cada gobierno e institución la mide como mejor le conviene, o le parece, aunque no cuadren sus cifras una frente a otras. Esto a nadie le importa.

Y han categorizado la pobreza por niveles de ingreso, acceso a la alimentación, educación y salud, así como por posesión de bienes y calidad de la vivienda. Esos estratos que han determinado los estudiosos y estadistas de los organismos internacionales como Naciones Unidas, FAO y OMS, retomadas y aplicadas por los Estados para medir la pobreza, reducen el problema a estadísticas endógenas de cada sociedad y permiten manipularlas en rangos muy amplios para decidir desde su óptica e intereses quiénes son y quiénes no son pobres, o quiénes son miserables.

Son miserables quienes sobreviven con un ingreso menor a un dólar por día, son pobres quienes están por debajo del índice de ingreso que permite comprar la canasta básica de alimentos, apuntan esos postulados de organismos internacionales y Estados y gobiernos. Pero no se menciona en esas mediciones el porqué de que ese amplísimo número de personas viven en esas condiciones. Como ya se mencionó en líneas anteriores este es un problema derivado del modo de producción: acumulación de la riqueza y explotación de la fuerza de trabajo.

Así, por ejemplo, el secretario Ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), Gonzalo Hernández Licona precisó en el informe de 2017 que “el número de personas en situación de pobreza en el último bienio (2014-2016) en México bajó de 55 millones 341 mil 556 personas a 53 millones 418 mil 151, lo que significó un avance del 3.47%”.

En porcentajes las cifras de Hernández, que refieren sólo el rango “pobreza”, se traduce en que “la población pobre disminuyó de 46.2% hace dos años, a 43.6%”. Sin que esto realmente sea un alivio, ni para la sociedad, ni para el país.

Y Por lo que se refiere a la siguiente categoría “pobreza extrema”, es decir personas que están aún más jodidas que las del anterior registro, “las estadísticas se mantuvieron en línea descendente como han estado desde el inicio de la década. En 2016 fueron 9.3 millones de personas (7.6%), menor a los 11.4 millones de 2014 (9.5%), 11.5 millones de 2012 (9.8%) y los 12.9 millones de 2010 (11.3%)”.

De acuerdo con esos números México ya sólo tiene 8% de su población en el rango de la miseria, sin acceso a salud, educación y, lo fundamental, alimentación. Es decir, el Estado y el Gobierno incumplen la Constitución sin mayor recato, cínicamente, pues salud, educación y alimentación están consignados en la Carta Magna como derechos fundamentales de los seres humanos, y más aún, son parte de los principios básicos en la Carta Universal de los Derechos Humanos.

Y como si fuera consuelo, antes estaba peor el país, según la retórica numérica del Coneval, aunque no se ajusten sus números en estas mediciones de la cara más vergonzosa de un país, que es la pobreza, con el discurso del presidente Enrique Peña Nieto, quien afirma que “el porcentaje de pobreza disminuyó de 45% a 43% de la población de 2012 a 2016”, no de 46.2% a 43.6% en ese periodo, como afirma Hernández. Ni a quién creerle.

Será que para el Gobierno y los organismos encargados de atender esta problemática, el tema de la pobreza, es tan relajado que se pueden dar el lujo de esas imprecisiones; así lo reflejan. Sea como sea, el Coneval concluye que “entre los retos en el combate a la pobreza se encuentra lograr un ritmo de crecimiento económico elevado y sostenido, propiciar el ejercicio pleno de los derechos sociales, abatir las desigualdades regionales y entre grupos de población y reducir la inflación a los niveles que se registraban previos a 2017”.

Lo mismo dijo el generalote José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, y 28 presidentes más, que sin estar de acuerdo con el primero por dictador, enarbolaron la bandera de abatir la pobreza y que para lograrlo había que impulsar el desarrollo económico del país, algo así como abolir la esclavitud para lograr la independencia, y esto con el objetivo de encumbrar sus gobiernos y, por supuesto, sus personas. El caso es que para el Estado Mexicano, los pobres son pobres por necesidad estructural.

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