Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ
Hoy la mentira política es mucho más grande que la verdad universal en sí misma, a la que, por cierto, para los falseadores ya no hay necesidad de esconderla. La realidad la pueden pregonar abiertamente y nadie la creerá, pues los políticos mienten con tanta vehemencia que ellos mismos se llaman a engaño a los tres minutos de haber mentido.
En particular, México está inmerso en un torbellino de galimatías expuestas por los políticos que amanecen y anochecen con la mentira a flor de labios, sin recato alguno. Son maestros del engaño. Hacen de la mentira el baluarte de su discurso, y esto la sociedad lo sabe, lo percibe de esa forma porque lo ha escuchado y experimentado el incumplimiento históricamente. El pueblo entiende, pero no se concientiza de que esa es una estrategia utilizada por el sistema político mexicano para mediatizarlo, manipularlo, y gracias a ello poderse perpetuar en el poder; sí, como sistema, que es mucho más que como partido, pues éste actúa, al igual que los candidatos a puestos de elección popular, como herramientas del engaño.
La sociedad se asume engañada, aunque no haga conciencia de las consecuencias que eso significa para su futuro y para el país. Y esto bien se puede ver, inclusive, en el decir popular acuñado desde tiempos perdidos en la historia: “dime de qué presumes para saber de qué careces” o aquello que alguna vez le escuché decir a Elpidio, el purépecha rebelde de Santa Fé de la Laguna, Michoacán: “No hay burro que no sea pando, ni político que diga la verdad”.
Y en las voces del día a día, sobre todo en los tiempos electorales, el decir popular, ese que no se registra en la historia, pero que circula entre las personas de a pie, del pueblo; cuando los políticos y gobernantes se desgarran las finas investiduras para afirmar, inclusive con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos que “defenderán el peso como un perro”, que “no subirá el precio de la gasolina”, que “no se encarecerá la tortilla” y tantas y tantas argumentaciones más, la gente sabe que sucederá todo lo contrario.
Son grandes mentiras, como la promesa de todos los gobiernos desde que México es México, de que acabarán con la pobreza, crearán empleos, darán vivienda, alimentación, educación, seguridad, es decir, que abatirán todos los males y problemas generados por el propio sistema que los creó, pero que hoy día esas grandes mentiras quedan más que comprobadas como tales, y la verdad que ocultan y pretenden borrar sigue ahí irrefutable, pero también increíble, como si fuera la madre de las falsedades: un sistema en el que la concentración de la riqueza que profundiza la desigualdad, opresión, despojo, corrupción, simulación, explotación, y amenaza la propia existencia de la especie humana, cada día se agudiza más y más. Para ocultar esto sirven las mentiras políticas.
Y esto se puede documentar históricamente. La conducta de la sociedad ante las mentiras políticas se distingue por la apatía que manifiesta hacia ellas, aunque lastimen profundamente su existencia. Y esa actitud de la masa, para los políticos es oro molido, porque pueden mentir con toda libertad, y se darán casos, como en la actualidad comicial de México, que ese discurso falso gane seguidores para los grandes mentirosos, a los que defenderán a capa y espada, aún a costa de la razón y la inteligencia.
Esos militantes enajenados sacrifican los principios básicos de la cordura y de lo evidente, que desenmascara la falsedad de los políticos, amasan discursos oscurantistas para defender la mentira, que no es la suya, pero la asumen como propia, porque con ella cobijan su miseria humana, su incapacidad de razonar, de pensar y decidir, a través de ello desahogan sus frustraciones y sacan el odio social que los embarga. Están amoldados a que otros decidan y piensen por ellos. No cuestionan por temor a tener que decidir, a pensar y comprometerse en verdad con un proyecto colectivo. Es mucho más sencillo dejar que el río suene y sus aguas corran, no importa si están enlodadas, turbias, imbebibles, mortalmente contaminadas. Para esos segmentos sociales basta con saber que el agua corre por una avenida, sin importar su claridad o pureza.
Eso bien lo saben el Estado y los políticos. Tal conocimiento del comportamiento de la sociedad constituye el bagaje que nutre al sistema político, económico y social para encumbrase por encima del común de las personas y con base en ello poderlas manipular, dominar, gobernar en este caso.
Es decir, el todo se ve sometido al capricho y decisión del individuo, de uno solo. Aunque eso también represente una mentira, porque ese individuo se debe a dicho sistema. Y tal postulado del individuo sobre la masa no se ha cumplido de manera absoluta, como dictan los principios del poder supremo: la historia da cuenta de los periodos oscuros en que la humanidad ha padecido esos intentos y cuyo costo en vidas es inadmisible.
Esa élite que se ha consagrado como los barones de la mentira, los políticos, para poderse constituir como tal, ha impuesto una serie de requisitos que escapan a la formalidad de un listado para ser cumplidos. Se ha construido de facto con las circunstancias que en el paso del tiempo ha debido cumplir la evolución y relación humana en sociedad.
La mentira política exige de personas sin escrúpulos, sin moral, corruptas, viscerales, desleales, cínicas, audaces, traidoras, miserables, mezquinas, fútiles, lenguaraces, y vale decir que para que sean grandes en la mentira política, deben ser carismáticos y originales en su discurso.
Para lograr los más altos escaños de la política, los pretendientes a ellos deben ser audaces, que no valientes, aunque se necesita mucho valor, arrojo y cinismo para lograr el grado de irracionalidad e indolencia al momento de mantener expresiones gesticulares creíbles cuando se miente y se es consciente de ello.
Y sí, esta es la clase política, la que de una u otra forma se adueña de la verdad y administración de los bienes de la nación y el poder de gobernar por diferentes periodos, según el país, estado o municipio de que se trate. Son los candidatos a puestos de elección popular en este 2018. México como posiblemente nunca está inmerso en un torbellino de mentiras políticas, que definirán una elección acordada por sistema, para el sistema. El gran perdedor: el país. El pueblo, la sociedad, duerme el sueño de los llamados a engaño después del 2 de julio.