Ir a los ancestros

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Planeteando

Por Francisco Vázquez Salazar / FOTO: SOSTENIBLE 

Por la forma como irracionalmente nos hemos estado acabando al planeta –nada menos que nuestra casa–, bien vale un mundo voltear a la ancestralidad y recoger de ahí verdaderas lecciones que debieran ponernos en una ruta de regreso.

Es difícil de superar en este propósito el “Manifiesto Ambiental de Noah Sealth” (en http://waste.ideal.es/sealth.htm), que en realidad se trata de una carta que remitió el jefe indio (Piel Roja) en 1854 a autoridades norteamericanas en respuesta a una propuesta del entonces Presidente de lo que era el territorio de los Estados Unidos, Franklin Pierce, para que acabaran los conflictos entre indios y blancos, y que consistía en la creación de reservas indias para confinar a los pueblos originarios, previa compra de sus tierras.

La carta comienza con una claridad y contundencia que seguro hace palidecer al más claro: “¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?”.

La conciencia ecológica en lo más alto, pero también la relación espiritual del hombre con su entorno, con su tierra, a la que considera sagrada y a la que da significados que van más allá de sensaciones mundanas, como es el hecho, contado por Noah, de que un río sea también la sangre de sus antepasados.

Con una mirada limpia, que deja ver una honestidad profunda de la que puede ser capaz una persona en pleno equilibrio con lo que le es vital, vinculado con la madre naturaleza, tal el caso de una especie animal o de un follaje, el jefe indio desde aquellos años se refería a una catástrofe:

“No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio dónde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos (…) El ruido parece insultar nuestros oídos (…) El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor”.

Lo último de esta cita nos es muy familiar en una ciudad, como la capital mexicana, cuyo bienestar ambiental se cae a pedazos. Venimos de una nueva contingencia Fase 1 en fin de semana –otra vez- y seguimos y seguiremos desafiando a la inteligencia y al sentido de lo humano que personajes como el jefe piel roja han marcado desde una visión ancestral.

Pero como tal el problema no es de la ciudad, o de un territorio en particular. Se trata de un modo de desarrollo económico y una forma de vida que margina el valor del medio ambiente, y también corresponde a la miopía de funcionarios públicos que no se animan a trascender sus limitantes y las circunstancias en las que dizque gobiernan. Establecen soluciones cortoplacistas, con más rezos de que haya vientos que acciones de políticas públicas efectivas. Ponen gratis un tipo de transporte “no contaminante” (las comillas son porque generar la electricidad que hace funcionar al tren ligero representa un tipo de gasto o consumo energético), en vez de enfrentar de raíz la gravedad de no tener un sistema de transporte público eficiente y seguro.

“Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurriría a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.

“Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra”.

A los blancos el jefe Noah dijo una máxima que hoy día ni repitiéndola mil veces la entendemos, y si no la comprendemos menos somos capaces de transmitir algo útil respecto a esto a nuestros hijos, y he ahí la enorme tragedia.

Y lo que sigue es en lo que estamos ahora: “¿Dónde está el matorral? Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia”.

El Manifiesto de Noah Sealth se ha sobrepuesto a todos los tiempos posteriores, sigue tan vigente como la irracionalidad y la inconciencia del hombre moderno respecto al cuidado medioambiental. Parece bueno traer hoy a cuento todo esto, pero quedará en un mero repaso histórico si no nos inspira.

Que sea útil, que nos conmueva, que nos lleve de la mano a nuestros territorios ancestrales y a nuestra sangre originaria para darle sentido a cada paso que damos en nuestro planeta.


 

fvs10@hotmail.com

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