Por Alberto Rabilotta ⁄ FOTO: SOStenible
ALAI AMLATINA, 11/04/2017.- Tratando de describir la súbita transformación sufrida por el presidente Donald Trump en las últimas semanas, o sea el pasaje de un mandatario que proponía combatir al terrorismo para poner fin al martirio bélico en Siria –país en el cual Estados Unidos comenzó a partir de 1949 a fomentar golpes de Estado y subversiones internas (1)- y normalizar las relaciones con Rusia, a un presidente agresivo e injerencista que lanza una operación militar que agrava el conflicto en Siria al tiempo que amenaza con decapitar el gobierno de Corea del Norte, un país que posee el arma nuclear, no pude contenerme –antes de entrar en el análisis de lo que considero como un “auto-golpe de Estado”-, de introducirlo con un cuento de “varitas mágicas”.
La varita mágica del poder imperial
“Hubo una vez un Presidente en Estados Unidos que después de ganar las elecciones prometiendo poner fin a las continuas guerras para combatir finalmente al temible terrorismo que los anteriores gobiernos de su país habían contribuido a crear, y comenzar así a respetar las soberanías e intereses de los demás países, grandes o pequeños, llegó a la Casa Blanca y se dio cuenta de que el aparato estatal no le respondía, que los medios de prensa y los legisladores de la oposición y hasta de su propio partido lo atacaban sin cesar para deslegitimarlo, que los funcionarios del pasado gobierno lo habían espiado para serrucharle el piso, para destituirlo.
Entonces el nuevo Presidente, que (sin ser argentino) miraba su ego desde el último piso de las altas torres de hoteles y edificios que había construido, pidió la ayuda de altos militares siempre dispuestos a hacer la guerra, de ricos jefes de empresas, de financieros que saben cómo ganarse los apoyos de los oligarcas, para encontrar en Washington la “varita mágica” que lo convirtiera en un Presidente con todo el poder, y admirado hasta por sus enemigos políticos.
Ellos le recomendaron que echara de su equipo a los consejeros y seguidores que le habían ayudado a ganar las elecciones, pero también llenado la cabeza con las absurdas ideas de diálogo con Rusia, de combatir a los terroristas para lograr la paz en Siria. Y fue así que el Presidente sin poder pudo encontrar la varita mágica que produjo el incidente en Siria y le dio la oportunidad de lanzar una operación militar relámpago con poderosos y costosos misiles crucero, para así poder dar a conocer ante el mundo el gran espectáculo de que se había dado sí mismo un golpe de Estado.
Dicho y hecho, gracias a la varita mágica pudo así el odiado presidente Trump transformarse en el acto en un Presidente alabado y adorado por los medios de prensa, los opositores que tanto hicieron para hundirlo y hasta por sus propios correligionarios políticos que horas antes buscaban derribarlo”.
Ahora en serio
Desde el 4 de abril, cuando se reportó un “ataque” con armas químicas en la ciudad siria de Jan Shijún, ocupada por los terroristas de Al Qaeda, Estados Unidos (EEUU) y sus aliados se apresuraron a señalar directamente al presidente sirio Bashar al-Assad como el responsable, sin que mediara una investigación de la ONU y a pesar de indicios de que fuentes cercanas a los terroristas habían anunciado un día antes que se produciría un incidente de repercusión internacional (2).
El bombardeo con misiles “crucero” ordenado unilateralmente por el presidente Trump tuvo lugar 63 horas más tarde (3) y el objetivo fue el aeropuerto militar sirio de Shayrat, en la provincia de Homs, poniendo a Siria, a todo el Oriente Medio y al mundo frente al peligro de una guerra que puede llegar a ser total, como claramente denuncia el compañero sociólogo Andrés Piqueras en su llamamiento “Seria amenaza de guerra” (4).
Washington y sus aliados rechazaron de plano la versión de Rusia, de que un bombardeo por aviones sirios con bombas convencionales había probablemente hecho estallar un depósito de municiones en el cual los terroristas fabrican armas químicas para ser enviadas a Mosul, en Irak, donde seguido los terroristas usan armas de este tipo contra la población civil y los militares iraquíes, armas que son fabricadas con precursores químicos proveniente de países aliados de Washington (5).
Ninguna investigación fue efectuada hasta el momento para verificar las acusaciones de que el gobierno sirio había conscientemente bombardeado Jan Shijún con armas químicas y provocado la muerte de unas 80 personas, de adultos y niños, y así justificar lo que de todas maneras ha sido una reacción militar unilateral y totalmente ilegal por parte de EEUU.
Nada de nada
En realidad, nada sostiene las acusaciones de Washington y sus aliados, porque no hubo ni tampoco quieren que haya una investigación en debida forma para definir quién o quiénes son los verdaderos culpables de esa tragedia con armas químicas.
Y es este “nada de nada”, impensable en el complejo y súper-informado mundo del espionaje, la diplomacia y la política moderna, que dice todo sobre lo que parece haber sido un planificado acto terrorista para permitir que los círculos guerreristas en Washington reprodujeran lo de las “armas químicas” (con la “prueba” en el frasquito que agitó el secretario de Estado Colin Powell ante el CSONU), que sirvió para justificar la ilegal, criminal y brutal agresión a Irak en el 2003.
Son muchos los observadores, periodistas y analistas que consideran lo sucedido en Jan Shijún como una operación de “bandera falsa” para relanzar la política de derrocar el presidente al-Assad en momentos en que está derrotando a los terroristas y recuperando el territorio ocupado por estos últimos. Es por ello que no deja de ser curioso que la organización terrorista Al Qaeda haya estado entre los primeros en elogiar el criminal bombardeo del aeropuerto de Shayrat (6).
Algunos observadores creen que en los últimos días se concretó algo así como un “auto-golpe” de Estado en Washington, que no llevó a un cambio de mandatario sino a un radical cambio de políticas y de equipo en la Casa Blanca, y que puso fin a la supuesta intención del nuevo mandatario de cambiar la agresiva política exterior que ha dominado en Washington a partir de los gobiernos de Bill Clinton, pasando por los de George W. Bush y hasta los de Barack Obama.
Como señalan numerosos estadounidenses que votaron y apoyaron a Trump, con ese drástico cambio de política hacia Siria, el nuevo mandatario traicionó una de sus principales promesas y aplicó sin reparos la propuesta de bombardeo presentada pocas horas antes por la (ex)candidata Demócrata Hillary Clinton, al punto que se podría hacer un juego de palabras, como que “Hillary trumps Trump”, o sea que Hillary triunfó sobre Trump.
Al menos así comienzan a pensar decenas de miles de desilusionados estadounidenses, incluyendo Congresistas, ex funcionarios y viejos conservadores que apoyaron y votaron por el cambio de política exterior e interior prometido por Trump (7) y que ahora denuncian severamente la agresión militar contra Siria en portales de Internet que han sido difusores de las ideas y promesas de Trump, como Breibart e Infowars.
La argumentación de que esta nueva agresión contra Siria le ha servido a Trump para “unificar” el divido Congreso y hacer pasar algunas leyes de interés doméstico no tiene asidero, ya que el giro de 180 grados fue para volatilizar el prometido diálogo a nivel internacional y destinado a encontrar soluciones políticas y diplomáticas a la guerra en Siria, en Yemen y en otros países, y frenar la enloquecida carrera hacia una nueva Guerra Fría con Rusia.
Y no sólo eso, sino que al actuar de esa manera bajo el consejo de su asesor de Seguridad Nacional, el teniente general Herbert Raymon McMaster (8), Trump ha puesto nuevamente el mundo al borde de una guerra regional en el Oriente Medio, que una vez comenzada sabemos que hay muchas posibilidades de que termine siendo total y nuclear.
Y por si fuera poco, al tomar impulsivamente la decisión de bombardear el aeropuerto militar sirio con misiles “crucero” mientras era anfitrión del presidente Xi Jinping, Trump señaló a través de la prensa que Washington no abandona la política de actuar unilateralmente, lo que en los últimos días fue repetidamente confirmado por la representante de EEUU ante la ONU.
No en vano en los últimos días el mandatario y miembros de su equipo han dicho que si China no logra que Corea del Norte abandone las pruebas para el desarrollo de armas nucleares, EEUU actuaría de manera unilateral para decapitar el gobierno de ese país y destruir su potencial militar, lo que constituye una seria amenaza para los países de la región, y en consecuencia del mundo.
La protección de los militares tiene su costo
Desde el comienzo de su llegada a la Casa Blanca y por los ataques de las elites enquistadas en el aparato estatal y el Partido Demócrata (el establishment), Trump se protegió nombrando a militares en puestos claves del aparato ejecutivo y entre sus primeras decisiones figuró la de aumentar el presupuesto del Pentágono, posiblemente para asegurarse el apoyo militar frente a las diversas agencias de inteligencia que dieron signos de jugar a fondo la desestabilizadora carta de la supuesta y nunca probada injerencia de Rusia en las elecciones del 2016.
También escogió altos ejecutivos del sector privado y a connotados financieros para puestos del aparato ejecutivo, y todo esto podría ser interpretado como una táctica para compensar la real incapacidad de Trump –que no contaba con el apoyo de la maquinaria del Partido Republicano- para llenar con figuras conocidas los principales puestos del aparato Ejecutivo que quedaron vacantes con la salida del aparato Demócrata.
Pero el linchamiento mediático y político en febrero pasado del general Michael Flynn, propuesto para dirigir el Consejo de Seguridad Nacional, probó que el costo de la “protección” del Pentágono y de la oligarquía contra las tentativas de desestabilización de los Demócratas implicaba el abandono de cualquier intento serio de cambiar la política exterior –que llena los bolsillos de la industria de armamentos y da jugosos empleos a los militares retirados-, y el retorno a las políticas agresivas contra Rusia y otros países que aplican una política doméstica soberana y apoyan la creación de un sistema internacional multipolar.
¿El entierro de la democracia liberal?
En el fondo la esencia de este auto-golpe en el interior de la Casa Blanca se encuentra en la famosa frase de Lampedusa: hay que cambiar todo para que nada cambie.
Y como se trata de que nada cambie, esto nos lleva al descredito que afecta al sistema político de las “democracias liberales” en los países desarrollados, y el persistente (pero hasta ahora vano) esfuerzo por parte de los pueblos en elegir candidatos que prometen cambios políticos importantes para las mayorías, pero que terminan reforzando las políticas neoliberales.
Lo hemos visto en la última elección estadounidense con el triunfo del candidato que prometía “vaciar la ciénaga” de Wall Street y los oligarcas, lo vemos también en muchos otros países del “capitalismo avanzado”, y seguiremos viendo cómo en cada caso los candidatos que prometen cambios terminan siempre, una vez en el gobierno, aceptando el chaleco de fuerza que constituye el único guión político posible, el neoliberal.
El totalitario sistema neoliberal no admite ningún tipo de reformas que pongan en duda que los ricos deben seguir enriqueciéndose. Esto no es nada nuevo, porque ya a comienzos del siglo 20 el periodista y ensayista John Hobbson, al describir el imperio liberal británico, puso todo eso en blanco y negro en su libro “Imperialism: A Study”.
Hobbson, en quien Vladimir Lenin se apoyó para su (vigente) texto “El Imperialismo, Etapa Superior del Capitalismo”, señalaba que el imperialismo liberal aplica en su casa, en la sociedad del país imperialista, las políticas y formas de explotación que practica en las colonias y países vasallos.
Esto explica lo que está sucediendo en las sociedades de EEUU y de los países de la Unión Europea, y las diferentes reacciones políticas que generan las sociedades afectadas por el desempleo, el aumento de la pobreza, la precariedad laboral, que a veces son de extrema derecha y en otras de una izquierda radical.
Pero el primer punto en la agenda debe volver a ser, como en el pasado cuando la izquierda estaba organizada internacionalmente, impedir la guerra que de declararse terminará siendo nuclear, y mantener la paz. Digo esto porque yo también, como Andrés, por primera vez estoy asustado.
– Alberto Rabilotta es periodista argentino-canadiense.