Ensayo de la muerte en la imagen y su uso para dominar

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Por Ixbalanqué Danell Pérez

La imagen es una representación del tiempo mismo, es por ello que podemos recurrir a ella cuando entendemos la circularidad del tiempo y desechamos la idea de la linealidad de los sucesos. Bajo este precepto podemos establecer una relación entre lo que fue la representación románica y una imagen contemporánea. Pareciera que no tienen nada que ver desde un punto de vista superfluo, pero la realidad de las construcciones del sistema es que van enfocadas a un mismo fin, el control, como dice Juan Carmona Muela: acabaron también por aceptar la creación artística como el mejor medio para fomentar entre la multitud nuevas adhesiones” (Carmona Muela, p 34), y como medio utilizan el mismo artilugio, el miedo.

Casi mil años han pasado desde la creación de las primeras representaciones románicas en relieve, donde el feligrés iba a misa, adentrándose en este espacio sagrado lleno de orden trascendental y de imágenes percusivas, que apelaban a toda la sensibilidad de la que era capaz el hombre de la época, pues “para explicar la belleza de las cosas espirituales, las refiere Dionisio a la luz: el sentimiento es una luz; la sabiduría, la ciencia y la habilidad artística no son nada más que luminosos resplandores que iluminan con su claridad el espíritu” (Huizinga, p 358) esperando así entender los misterios de la liturgia y con ello lograr la vida eterna al lado del Padre.

Claro está, esta situación ha cambiado, la gente ya no acude a un recinto a enriquecer su espíritu, ahora los estímulos provenientes de la imagen llegan por distintos y variados frentes, dejando indefenso al psique del humano del S.XXI. De igual forma se buscará encontrar las coincidencias en épocas distintas, pero que en su fondo parecen no ser tan distantes en cuanto a su modo de representación.

De la muerte en la imagen

Tratemos de ponernos en lo que las personas de habla inglesa llaman same set of mind del hombre que vivió en la época correspondiente al románico, y para ello debemos ver cuando menos un atisbo de lo que era su modo de vida y circunstancias que le rodearon. Así empecemos por entender el valor de la luz y cuánto influía ésta en su temor a la oscuridad.

Juan Escoto Eurigena S.IX dice en su Comentario a la jerarquía celeste, I: “de ahí que esta fábrica universal del mundo sea un grandísimo resplandor compuesto por muchas partes como por muchas luces para revelar las puras especies de las cosas inteligibles e intuirlas con la vista de la mente, introduciendo en el corazón de los sabios fieles la divina gracia y la ayuda de la razón… de Él son todas las cosas, por las que y en las que se manifiesta y en el resplandor de la luz de su sabiduría las unifica y las hace” (Eco, p 104).

Vemos, pues, como sólo en la luz está representada la figura de Dios y todo lo que toca está dentro de los cánones de pulcritud y elevación divina, pues en Él se encuentra la verdad y el bien que ha de salvar el alma del hombre común que se acerca humildemente a recibir su gracia, dando así una connotación negativa a todo aquello que queda oculto de esa luz primordial, poniendo al descubierto que hay un mal que acecha en las sombras, pues si la luz es Dios y Dios es el bien, la parte contraria por fuerza tiene que estar oculta en la oscuridad.

Pero ¿cuál es esa oscuridad última?, ¿cuál es ese miedo primigenio que siempre ha asolado la psique humana, si no la muerte?; esa incertidumbre generada por la incomprensión de lo que hay más allá de la vida terrena, es lo que genera el temor máximo en el alma humana, y es ahí donde el sistema ataca para un dominio de las masas. “La predicación oral y las imágenes que aparecían en los lugares sagrados estaban destinadas no solo a recordar la inminencia e inevitabilidad de la muerte, sino también a cultivar el terror a las penas infernales… pestes, hambrunas, y se vivía en un estado casi permanente de guerra, la muerte aparecía como una presencia ineludible, mucho más que hoy en día que nos esforzamos por olvidarla, ocultarla, relegarla a los cementerios, nombrada sólo mediante perífrasis, o bien exorcizarla reduciéndola a simple elemento de espectáculo, gracias al cual nos olvidamos de nuestra propia muerte para divertirnos con la ajena” (Eco, p 62).

Con este fragmento hay que ser cuidadoso en su interpretación cuando hace referencia a la época actual, pues este texto es editado en 2002 y en 14 años el mundo ha cambiado mucho para mal con respecto a la concepción de la muerte. Desde aquel ataque a EU como superpotencia mundial, se han dado hechos humanos cada vez más catastróficos, pues se ha conjuntado la intolerancia racial como en Bélgica, Francia, España, Alemania, EU, generando la pérdida de millones de vidas alrededor del mundo en países como Siria, Congo, Irak, Afganistán por causa de las guerras de poder de la esfera mundial, otras como los desastres naturales de “proporciones Bíblicas” como los terremotos de Japón, Ecuador, Chile y el tsunami de Sumatra, aunado todo ello a las peleas de poder local en ciertas naciones como Sudáfrica, México, El Salvador, Nigeria; derivando todo este panorama en una incertidumbre de la vida muy similar a lo que sucedía en el periodo románico.

Pareciera que se hubiera involucionado, pero la realidad es que una crisis requiere de medidas extremas de control para evitar una distopía que acabe con el sistema de poder que se ha gestado a lo largo de la historia humana y que se comenzó a perfeccionarse a partir de la Ilustración, derrocando a los tiranos para cambiarlos por unos nuevos, pero con nombres más cercanos a la población, aboliendo la posesión de personas (esclavos) dándoles la libertad de elegir ellos mismos con quien se querían esclavizar.

Una de las diferencias más marcadas con la época medieval es que la gente a pesar de tener miedo a una muerte que lo podía sorprender a la vuelta de la esquina, tenía el consuelo (si lo podemos llamar así), de que si había sido un buen cristiano podía acceder al perdón y con ello entrar al reino de los cielos y poder así admirar al Padre en toda su Gloria viendo la luz que todo lo ilumina llenando su alma por la eternidad, disfrutando las bendiciones de Dios por haber cumplido a cabalidad los preceptos; pero el Diablo acechante desde las sombras, estaba siempre listo para tentarlo y si este fiel sucumbía al dulce canto de su artificiosidad para llevarlo a la oscuridad, veía la muerte como Hélinand de Froidmont 1160-1229 describe en un verso en Vers de la mort: “La muerte en una hora lo destruye todo ¿De qué sirve la belleza, de qué sirve la riqueza? ¿De qué sirven los honores, de qué sirve la nobleza?” (Eco, p 64), quiere decir que si caes en la tentación de lo material aunque sea en tus últimos momentos sobre la faz terrestre, no importará ninguna de tus acciones previas, pues el alma habrá sido manchada y ¿De qué sirvió sucumbir ante una última tentación? Si todo lo material se queda, si los títulos de nobleza en nada influyen en Dios; con ese temor constante a la muerte y el mal obrar dominaba al hombre, pero con la constante promesa de que se podía salvar su alma inmortal.

En ello juegan un papel fundamental las representaciones tanto pictóricas como escultóricas y arquitectónicas del momento, aunque aquí nos centraremos en los relieves que se ponían en los frontones de las iglesias, pues eran estos el primer contacto del feligrés con el mundo divino, y en ellos tenía que estar representado todo ese caos universal y también la promesa del orden de la Jerusalén Celeste, de otra forma el sólo causar temor no tendría un efecto ni medianamente cercano al logrado haciendo esta conjugación de conceptos.

Así el tímpano de la iglesia románica se convierte en un elemento muy importante, pues en él se ve lo anteriormente descrito, como ejemplo veamos este relieve que pertenece al tímpano de la abadía de Conques de Sainte-Foy (S.XI–XII) en Francia:

Representa pues el Juicio Final, según el Evangelio de Mateo, apareciendo en el conjunto un total de 124 personajes, estando dividido el mismo en tres niveles distintos. En la parte superior, en los ángulos, podemos apreciar la presencia de dos ángeles tocando una trompa, a la vez que en el centro de la composición destaca un Maiestas Domini o Cristo en Majestad, que nos presenta a los elegidos a su derecha, en el Paraíso, y a los condenados a su izquierda, en el Infierno.

Tras de él, los ángeles llevan la Cruz y el hierro de la lanza evocadores de la Pasión. A media altura, el cortejo de los elegidos está avanzando hacia Cristo, pudiéndose reconocer a la Bienaventurada Virgen María y a san Pedro, que aparecen con una aureola, siendo seguidos por algunos personajes de importancia en los primeros tiempos de la historia de la abadía de Sainte-Foy de Conques: el abad Dadon (su fundador), y Carlomagno (su benefactor).

Debajo, podemos contemplar a Sainte-Foy bajo la mano de Dios, junto a unas cadenas de prisioneros a los que ella ha liberado. Al otro lado, unos ángeles-caballeros rechazan a los condenados que intentan escapar del Infierno. Puede verse ente ellos a monjes indignos, o a un borracho colgado por los pies. En el nivel más bajo, vemos el Paraíso, con Abraham en el centro, teniendo a su derecha un ángel que permite la entrada a los elegidos y, a su izquierda, un demonio que arroja a los condenados a las fauces del infierno. El infierno, presidido por Satanás, donde se castiga a los pecados capitales: la Soberbia, desarzonada de un caballo, la Avaricia ahorcada con su propia bolsa de dinero, la Envidia, cuya lengua es arrancada por un demonio, la Lujuria, representada por una mujer con sus pechos desnudos, atada por el cuello con su amante. En el dintel puede leerse la siguiente frase: «Pecadores, si no cambiáis vuestras costumbres, sabed que sufriréis un juicio temible». (monestirs)(wikipedia)(vacioesformaformaesvacio).

Queda visto con esta interpretación de este tímpano lo que se decía en líneas previas sobre este concepto de mostrar los horrores de la muerte pero siempre unificando en el mismo espacio la promesa de la vida eterna pues “prácticamente toda la población estaba convencida de que la Tierra sólo era el estadio intermedio hacia una Vida Eterna. Todos esperaban que su existencia terrenal tuviera su continuación en el cielo» (Toman, p10), claro está también que el pueblo interpreta a su conveniencia la divinidad y sus facultades; es así como lo deforma y encamina en ciertos aspectos hacia una concepción mágica de lo que puede obtener de lo que considera divino y por ello se daban situaciones como la de Santa Isabel y la desacración de su cuerpo como se lee en este testimonio: “Cuando este sagrado cuerpo mortuorio, vestido de una camisa gris y cuyo rostro estaba envuelto en paños, yacía sobre una camilla, muchos de los presentes se acercaron conociendo perfectamente la santa condición del cuerpo y, encendidos por la veneración cortaron y arrancaron los paños que la cubrían unos le cortaron las uñas de los pies y de las manos; otros los pezones y un dedo de la mano, para guardarlos como reliquias” (Toman, p12).

Eran estas reliquias tomadas por objetos mágicos, dentro del imaginario de la sociedad, un mero mechón de cabello podía otorgarles el acceso a la vida eterna y por ello eran tan solicitados. Ahora este sentido de salvación no existe pues se ha perdido esta espiritualidad, dando ese lugar de reliquia a los gadgets producidos en masa por la tecnología, que adormecen los sentidos y la razón.

Así la sociedad actual se ve dominada y toma por cierta la palabra de los “líderes mundiales” sin razonar el contenido de ésta, así como sucedía en la Edad Media del periodo románico. Se escuchan declaraciones como la de la OMS (máximo organismo de salud) “el comité ha declarado que el brote de este virus constituye un hecho extraordinario y representa un riesgo sanitario claro para otros países, además de los que ya han registrado casos de contagio y de fallecidos por esta enfermedad infecciosa en África occidental” (20minutos.es), o reportes como «The U.N. has received credible reports of people dying from starvation and being killed while trying to leave1» (usatoday.com).

Se recibe este tipo de información y se toma por verdad absoluta sin preguntarse que es lo que subyace tras la pantalla de humo creada para distraer del entorno. Vemos con ello repetidos esquemas de control por medio del horror a la muerte incierta que puede alcanzar a cualquiera en cualquier momento, vivimos nuestro propio Juicio Final sin la promesa de una vida eterna, vemos más bien la vanalización de los valores morales y el enaltecimiento de los vicios como virtudes y modelos a seguir.

Siria y África pueden sonar muy lejanos para algunos, pero gracias a la imagen difundida por los medios de comunicación se vuelven cercanos y casi familiares, ya que la mayoría de la población ha vivido o ha escuchado de alguien que ha tenido que ver con una muerte repentina y antinatural. En México tenemos esta situación de manera acentuada, a diario se ven escenas que parecieran sacadas de los tímpanos románicos, donde el Infierno acecha al hombre, la realidad ha superado la palabra de las escrituras del Apocalipsis.

Se ha logrado controlar a una sociedad inconforme por medio de la exposición a imágenes que le recuerdan cual puede ser su fin, un fin para nada heroico, alejado de las historias caballerescas del romanticismo, un fin distante de la divinidad y la promesa de la eternidad rodeado por la luz, más bien un fin rodeado por la oscuridad de la realidad y la intrascendencia del ser al caer sin haber logrado ver la verdad y sin haber entendido las fuerzas que trabajan en un sentido “progresista”, haciendo creer a la sociedad que hay una linealidad en la historia y por ello todo tiene que suceder conforme al plan y si se desvía este plan la catástrofe nos aguarda; se camina sin que nos demos cuenta de esta circularidad y de cómo los tiempos se repiten en un ciclo que sólo sabe repetirse a sí mismo para perpetuarse dejando en el anonimato a millones.

Conclusión

Por ello es que elegí una obra del románico, por el hecho de que el artista o artistas que crearon ese tímpano de Sainte-Foy quedaron en el anonimato, no se sabrá quienes fueron ni sus vidas, si tenían familia o eran solitarios dedicados al entendimiento de la divinidad por medio de la imagen, pero este anonimato se puede decir que era razonado pues lo que importaba en el momento era la concreción de un mensaje específico, de igual forma los productores de imagen actuales buscan dar un mensaje específico, pero quedan en el anonimato porque la sociedad ha perdido la sensibilidad a tal grado que teniendo la herramientas para saber quién ha generado esa imagen y cómo, decide conscientemente ignorar y pasar a algo que le produzca otra sensación que satisfaga momentáneamente su necesidad de placer.

Así podemos ahora satisfacer nuestra necesidad morbosa de muerte viendo portadas de periódicos o televisión llena de entes ensangrentados, volviéndonos insensibles al dolor ajeno, pero con profundo temor a la muerte misma. Aquel sistema de control de la Edad Media evolucionó tan efectivamente en imágenes tan perversas que no nos cuestionamos por qué esto se volvió parte del imaginario colectivo. No nos damos cuenta que se están reproduciendo modelos de un espacio temporal que pareciera lejano por la cuenta del tiempo lineal, pero que es tan vigente ahora como lo fue hace más de 800 años.

Anexo I

En orden de arriba a abajo de izquierda a derecha se pueden ver una foto del entierro de una persona fallecida por causa del ébola, una portada del periódico amarillista Metro y una foto de AP de un niño sirio muriendo de hambre. Todas anónimas.

Anexo II

Se pueden observar detalles del tímpano románico de la abadía de Conques de Sainte-Foy en Francia, donde se representan los horrores del infierno que aguardan a los pecadores.

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