Planeteando
Por: Francisco Vázquez Salazar ⁄ FOTO: SOStenible
Más lluvia y más sol, y con esto último altos niveles de radiación solar, es lo frecuente ahora en la Ciudad de México. Y aunque, como el título, esto parezca anuncio de destino de playa, en realidad se trata de una noticia alarmante porque se refiere a los efectos del daño que el ser humano ha causado a su hábitat.
Le cuento que de acuerdo con estudios del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y con base en información difundida por la institución académica “la desaparición de los lagos y de la cubierta vegetal, así como la urbanización intensiva de la cuenca de México, han ocasionado cambios en el clima de la ciudad, lo que se manifiesta principalmente en un aumento en la temperatura y en la intensidad de las lluvias”.
Seguramente a personas de la tercera edad les pueden sonar lugares como los lagos de Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco. Lindo para ser verdad. Como adelantamos en la entrega pasada, estos cuerpos de agua fueron disecados a lo largo de la primera mitad del siglo pasado, con lo que ahora los trofeos de lluvias torrenciales, que arrasan todo a su paso, y de días prolongados de sol intenso están en nuestras vitrinas de la ignominia.
La urbanización –para pronto, el edificio que usted o yo ahora habitamos—ayudó a borrar la vegetación y a “tragarse” el agua, yéndose al caño la humedad y los beneficios para el ambiente de plantas y árboles.
Aunque la ciudad sigue teniendo un clima templado, la temperatura mínima, sobre todo, ha aumentado como consecuencia de esta urbanización intensiva. La época lluviosa sigue ocurriendo en verano, pero la forma en cómo precipita ha tenido modificaciones, explicó la investigadora Elda Luyando López.
“La cantidad que precipita no ha cambiado (800 milímetros al año en el suroeste; 400 en el noreste, aproximadamente) si la comparamos con otras épocas. El problema es la forma en cómo llueve ahora: se presentan dos tormentas durante la tarde, una más fuerte que la otra; o lluvias intensas, pero breves; estas últimas son consecuencia del crecimiento desmedido de la superficie urbana y de la destrucción de las áreas verdes”, subrayó.
Expuso que con base en observaciones de Ernesto Jáuregui, primer investigador en estudiar de manera exhaustiva el clima de la Ciudad de México, al absorber más radiación la urbe aporta este calor al ambiente durante la tarde y hace que en las nubes de verano aumente la turbulencia en su interior y que la lluvia precipite con mayor fuerza.
Sobre la mayor frecuencia de las altas temperaturas, la investigadora expresó que si hace algunos años teníamos hasta 31 grados dos o tres días al año, ahora podemos tenerlos hasta 10 días seguidos, aunque todavía no es un patrón. Eso nos afecta porque no estamos acostumbrados.
Además, el cemento y el asfalto absorben la radiación solar durante el día, y aunque por la noche se disipa, la pérdida de calor, que es más lenta en el centro que en la periferia, en ocasiones puede llegar a una diferencia de hasta nueve grados centígrados, fenómeno que se conoce como «isla de calor”, agregó.
Y asústese con lo que a continuación anotó: El proceso de disipación de calor en el centro de la ciudad es más lento debido a los “cañones urbanos”, formados por las calles con edificios altos, donde aquél va de una pared a otra antes de disiparse. Sume por favor los efectos de que la metrópoli genera su propio calor por la quema de combustibles en vehículos y fábricas.
Pero qué tal que el patrón de crecimiento desordenado sigue en lo que antes era un lecho, un territorio de lagos interconectados, otrora valle paradisiaco
Las grandes grúas se han plantado en terrenos que antes eran casas de dos plantas y que en pocos meses albergarán decenas de minidepartamentos que demandarán más agua y más drenaje, generando al mismo tiempo líquidos residuales y grandes cantidades de basura.
A esta ciudad le hace falta justicia por los despojos de que ha sido objeto y que la llevaron a estar rodeada de cinturones de miseria y ella ser, en cierto modo, el centro mismo de esta miseria. No es culpa de quienes vinieron a sobrepoblarla, atrás está el cinismo y voracidad con cara de corrupción de dizque desarrolladores y políticos de quinta que medraron con terrenos con vocación agrícola o que servían como amortiguadores o reguladores por el manejo de las aguas.
Mientras tanto, la factura la tenemos endosada: un poco más de calor, con su respectiva dosis nociva de radiación, y un poco más de lluvia que suele meternos en problemas cada que se presenta.
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