Soy consciente… hasta que me pasa

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Planeteando

Por Francisco Vázquez Salazar ⁄ FOTO: Ixbalanqué Danell Pérez

La semana pasada la zona norponiente de la Ciudad de México fue azotada por una tromba que dejó graves consecuencias económicas y que, una vez más, dejó al descubierto lo vulnerable de esta metrópoli por la torpeza de los gobernantes, ambición de los desarrolladores y pasividad de los habitantes.

Las imágenes en la televisión y en los diarios digitales y ordinarios dejaban ver secuelas del desastre provocado, en efecto, por un fenómeno natural, pero agudizado por la impertinente intervención del hombre en zonas de alto grado de desarrollo que antes fungían como vertederos, barrancas o amortiguadores en casos de extrema lluvia.

El suceso se hizo viral en las redes por el impacto: esta vez no eran las colonias pobres de zonas populares las que saltaban a las primeras planas, se trataba de zonas habitacionales de personas con alto poder adquisitivo y de infraestructura aledaña, como un hospital privado, emblema de una poderosa cadena de marca harto reconocida.

La fotografía de un hombre que se puso a salvo en el toldo de su vehículo, y alrededor otros automotores inundados casi hasta el techo, así como otra del estacionamiento totalmente anegado del hospital privado dieron rápida vuelta entre las audiencias. Marcas de autos de alto valor salían a relucir tras el lodazal, y eso hacía aún más impactante el hecho.

Dicen que tras la tempestad viene la calma, pero en este caso lo que siguió fue el reclamo de vecinos de Santa Fe, Bosques de las Lomas y Huixquilucan, y de usuarios de un hospital privado, por los daños ocasionados a sus propiedades derivado de un drenaje insuficiente –el cual fue rebasado para dar cauce a una gran cantidad de precipitación pluvial– y de los estragos por el entubamiento o encauce menor de lo que antes era un río que corría por la zona.

Comencemos por esto último. Qué les parece que París tiene su Sena, Roma su Tíber y Londres su Támesis. Ah, pero la Ciudad de México entubó varios ríos dizque para mitigar riesgos, pero sobre todo para dar paso al crecimiento inmanejable de la mancha urbana.

Nada qué presumir en la gestión de nuestros cuerpos de agua y cuencas. Una ciudad otrora llena de ríos, de aguas cristalinas, hoy se pierde entre un aire irrespirable y la angustia de que cada que viene una fuerte lluvia se vuelva una tarea titánica desalojar las aguas que caen del cielo y las que vierten las montañas hacia el centro.

Eso pasó, en pequeña escala, en barrios adinerados y las culpas se repartieron lo mismo entre la Comisión Nacional del Agua (Conagua), la Delegación Cuajimalpa y el municipio de Huixquilucan por el manejo de las aguas pluviales y residuales en la zona.

En estos días platiqué con un buen amigo representante de una marca de materiales para construcción con sede en Monterrey y salió el tema a relucir, aunque cada uno tomó su carril y de poco nos movimos.

Avecindado en Cancún, Quintana Roo, mi amigo me comentó que recién había sabido de una conferencia que una exitosa publicista impartió en su ciudad. Estaba fascinado por la magia de la mercadotecnia, el poder de la seducción de las imágenes, el talento creativo de quienes giran en torno del mundo del entretenimiento y la publicidad, y por el concepto de la persuasión puesto en un ventilador para entender los procesos sociales de hoy.

Entonces ataqué. Propuse que todo ese torrente de imaginación y poder de manipulación pudiera ser puesto a disposición de una tarea: el cuidado del planeta, justo para evitar penas y pérdidas como las ocasionadas la semana pasada por una tormenta en una parte de la Ciudad de México.

Fue como haberle echado un balde de agua encima. Mientras yo arremetía con un “¿Te imaginas cómo sería si así como pensamos y nos las ingeniamos para vender algo, hacemos lo mismo para poner en marcha acciones de cuidado medioambiental, de sustentabilidad, etcétera?”, mi amigo, con enfado y repentino fastidio, alcanzó a exclamar algo así como “Nooo. Estás mal. Estás en otro canal. Eso quééééé”.

La llamada por fortuna se cortó por un asunto técnico, y para cuando la retomamos estábamos ambos más tranquilos. Pero no dejé de decirle que se pusiera en los pies de esa gente que pierde su patrimonio por lo que arriba he contado. Gente consumidora sí, pero también pensante, que puede ser consciente de que cuidar al planeta es evitar catástrofes y, por tanto, es cuidarse a sí mismo. Mi amigo asintió, aunque no de muy buena gana. Ah, faltaba por decir que durante la llamada él permanecía en un centro comercial, seguro de esos grandototes, de moda, como los que hay por el rumbo donde fue la tromba aquí en la CDMX.

Y agárrese, un reciente estudio de la UNAM revela que la mayor cantidad de lluvias y de días calurosos en esta capital se deben ¡adivinó! a la creciente urbanización del territorio. Pero de esto hablaremos la próxima semana.


 

fvs10@hotmail.com

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