Por Juan Danell Sánchez / FOTO: SOSTENIBLE
Y empieza el desandar del reloj, sin números cabalísticos, ni días memorables, sólo una fecha de calendario que recuerda el nacimiento del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, que cien años atrás reclamó la tierra para quienes la trabajan, y que ahora lo sacarán de la tumba precisamente el día que nació, 8 de agosto, para acompañar una marcha de cien mil campesinos de los más pobres, por las avenidas de la estrenada Ciudad de México.
Del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino, se espera que el reclamo de los representantes de los oprimidos y marginados del campo mexicano, que constituyen 90 por ciento de los productores, algo así como cuatro millones de jefes de familia, obligue al Gobierno federal y sus dependencias a cumplirle a los campesinos e indígenas en cuanto a los compromisos presupuestales, programas de apoyo a la producción y comercialización de sus cosechas y, sobre todo, que deje de mentir y simular en las políticas públicas dirigidas al sector rural: que le ponga un hasta aquí a la corrupción e inseguridad que han permeado toda la estructura de los tres niveles de gobierno y de la sociedad.
Esos son los principios de la convocatoria del Frente Amplio Campesino (FAC), constituido por cuatro organizaciones -UNTA, CODUC, MST y CIOAC- que se asumen como representantes totalmente transparentes de los más pobres del campo mexicano; para alzar la voz y que la sociedad urbana se entere de las deterioradas condiciones de vida que privan en el campo y el desastre productivo del sector alimentos.
Miente el Gobierno cuando dice que combate la pobreza con su Cruzada Nacional Contra el Hambre, así lo afirman los integrantes del FAC, por ello la marcha de los cien mil campesinos reviste mayor importancia, puesto que su objetivo es desenmascarar el discurso gubernamental que refiere a México como un país en el que “todo está bien”.
Por eso mismo, en poco más de dos meses ingresarán a esta ciudad de tormentas, ventarrones y contingencias atmosféricas, hombres y mujeres de huaraches y vestimentas de manta, muchos de ellos, con los estómagos contraídos y las esperanzas revoloteando en sus andares por los asfaltos citadinos; traídos de todos los estados del país, de remontadas poblaciones, para hacer de su voz un grito de reclamo, ya conocido y avecindado en esta gran urbe acostumbrada e indiferente a las esenciales necesidades de los manifestantes callejeros.