Por Juan Danell Sánchez
Que los mexicanos estamos hechos de masa de maíz es una leyenda que poco se conoce; remite al Popol Vuh o libro sagrado de los mayas, pero mucho se presume para arraigar la oriundez de los hijos de la milpa en una mexicanidad a ultranza. Y, claro, ante ello poner en riesgo el consumo del principal producto de esto, la tortilla, por aumentos inauditos de precio, resulta inconcebible.
Antes que los consumidores, los primeros en pegar el grito en el cielo por registros de hasta 24 pesos el kilo de tortilla en Hermosillo, Sonora; fueron los funcionarios encargados de las dependencias cuya responsabilidad es la producción de maíz y su comercialización, es decir, las secretarías de Agricultura y la de Economía.
Justificado está el escozor de los funcionarios encargados de dichas dependencias: cómo que trabajar tanto con discursos y programas de asistencia pública para que los campesinos puedan vivir mejor, producir más para abastecer al país de alimentos baratos, y todo para que resulte que el alimento fundamental de los mexicanos, sí señor, el más importante en la dieta para un mejor desarrollo humano, se encarezca al grado de hacerlo prohibitivo para las mayorías, algo así como 70 por ciento de la población nacional; porque de dónde se puede pagar un kilo de tortillas a 20 pesos, con un salario diario de 73.04 pesos. Ni que fuera petróleo.
El primero en alzar la voz fue el Titular de Sagarpa, José Calzada Roviroza: “injustificado el aumento del precio de la tortilla” afirmó en contundencia doctoral, puesto que, argumentó, hay suficiente maíz blanco para nixtamalizar y hacer tortillas, tanto como 22.2 millones de toneladas, producto de la cosecha de 2015, que significan prácticamente el doble de las necesidades para esos menesteres que ocupan 12 millones de toneladas.
Hay que decir que a los productores se les pagó a 3,500 pesos la tonelada del cereal, a duras penas porque la Sagarpa y su agencia Aserca, se traen un sainete de un adeudo de entre 8,000 y 11,000 millones de pesos con los agricultores que entraron al sistema de Agricultura por Contrato. Y ese maíz es el que se está comercializando para el abasto de tortilla en este 2016.
Desde luego los 3,500 pesos que se les pagaron a los maiceros, no es el precio al que las comercializadoras como Cargill (la más grande y de residencia estadunidense) se lo venden a los productores de masa de maíz y tortillas. Éstos lo compran, en el mejor de los casos, a 5,000 pesos la tonelada. Es decir, la operación comercial significa 33,750 millones de pesos de ganancia para los intermediarios.
La suma significa prácticamente la mitad del valor de la cosecha de maíz blanco de 2015. Y, como suele suceder en nuestro país, lo que menos quieren las autoridades es que se dé a saber esas multimillonarias ganancias que se llevan las grandes empresas a costa del trabajo de los productores nacionales. Por ello descalifican un problema que es real.
Si bien es cierto que el aumento al precio de la tortilla resulta exagerado, arbitrario y especulativo; también lo es que al pegar el grito en el cielo por esto, las autoridades pretenden curarse en salud. El encarecimiento no es general, en algunas cadenas de tiendas de autoservicio se consigue a 9.40 pesos el kilo de tortilla de maíz blanco y en los barrios de la Ciudad de México el precio es de 10.50, 11.00 pesos con envoltura de papel de estraza.
Los secretarios de Estado cumplen con condenar el abuso y justifican que no hay razón para ello, puesto que la cosecha fue excelente. Nunca dijeron que México es deficitario en la producción de maíz y que las importaciones de este grano son superiores a 35 por ciento cada año desde hace más de 30 años.
Tampoco atinaron a informar que la buena cosecha de maíz blanco, se vio envuelta en una crisis de confianza por parte de los productores, porque no se les cumplió en tiempo y forma con el pago de sus cosechas, por parte del Gobierno en el sistema de Agricultura por Contrato, y eso está directamente vinculado a la devaluación del peso frente al dólar.
Hoy día los productores de maíz, de todos los tamaños, tienen que enfrentar un mercado inestable de granos; los precios de los insumos, en su mayoría de importación, se duplicaron porque están cifrados en dólares.
Y aunque los precios del cereal en el mercado internacional registraron una baja importante, no deja de ser coyuntural, porque las proyecciones de la FAO indican que debido a efectos del cambio climático en los próximos cinco años el panorama de la producción mundial de granos es muy poco alentador. No así el consumo, que se prevé hacia el alza, por el crecimiento en el consumo de carne de res, cuya producción exige grandes cantidades de maíz.
A fin de cuentas las autoridades mexicanas ya no encuentran la forma de tapar sus complicidades con las grandes empresas trasnacionales, que se ven favorecidas con las políticas públicas y acciones gubernamentales.