Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ
Un dicho que a menudo se repite en charlas y recordatorios de los yerros cometidos a lo largo de la vida de neófitos e ilustrados, es aquella punzante afirmación de que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Lapidario, pero cierto. Difícil pensar en un espacio en el que pudieran enlistarse esos casos que nutren la historia de la inutilidad de pensamiento de algunos seres humanos.
Sin embargo, bien se pueden puntualizar casos que por su trascendencia afecta a muchos más de uno y colocan en grave riesgo el futuro de un país, como es el caso de las políticas públicas en México dirigidas al sector agropecuario y en particular a subsectores agrícolas, como es el caso del maíz.
No está de más recordar que uno de los pilares del desarrollo y poderío de los países industrializados es, precisamente, que primero aseguran la alimentación de sus habitantes con producción propia de lo que las condiciones climatológicas y territoriales se los permiten, y recurren a las importaciones sólo en los productos agropecuarios que no pueden obtener, rubros en los que, inclusive, exportan como excedentes después de cubrir sus existencias hasta por cinco años.
Y esto viene al caso porque México con una población de 120 millones de habitantes, cuenta con una superficie de 196 millones de hectáreas, de las que 21 millones conforman la frontera agrícola, de las que 6.3 millones son de riego y están subutilizadas, además de contar con un potencial ocioso de 15 millones de hectáreas con vocación agrícola de alto rendimiento, pero que no se explotan. Y el resultado es que la alimentación de los mexicanos depende en 50% de las importaciones, el hambre habita en al menos un tercio de los hogares del país, cuando con esos recursos puede ser autosuficiente en producción de alimentos y exportador de éstos.
Vale citar el potencial pecuario, del que hoy los productores se sienten satisfechos por ser exportadores netos con ventas cercanas a las cien mil toneladas anuales de carne de res. En pollo y cerdo México es autosuficiente y presenta crecimientos por año cercanos a los dos dígitos.
Las estadísticas e información que manejan las instancias del Gobierno federal, organizaciones de productores, corporaciones, asociaciones de agro-empresarios, despachos de asesoría especializada para el campo, en fin, todos esos centros que documentan la vida de este sector nacional y difieren en las cifras y datos que dan de él, concuerdan en algo que hoy representa una amenaza para el futuro de México, y no sólo por las declaraciones xenofóbicas de Donald Trump: nuestra dependencia alimentaria de los Estados Unidos.
Además de ese rechazo del presidente estadunidense, encubierto en un racismo ramplón, hacia todo lo mexicano, lo que implica el cierre de las fronteras al comercio bilateral México-Estados Unidos que es de alrededor de 360 mil millones de dólares, y representa un peligro real para la estabilidad y el futuro de los mexicanos; está la crítica situación interna del país, en la que el coeficiente natural es la corrupción, impunidad, simulación y caduca inteligencia de los gobernantes y empresarios para estructurar políticas y proyectos que impulsen el desarrollo económico, político y social de manera independiente y soberana.
La debacle toca con fuerza la puerta de México, por la vulnerabilidad que labraron los errores de los gobiernos del llamado neoliberalismo, a mejor decir neocolonialismo, que se dejaron llevar por la ambición de acumular riqueza en ese pequeño grupo que representan, a costa de la pobreza de la mayoría y el desastre del futuro del país.
En 1988, con el acenso de Carlos Salina de Gortari a la Presidencia de la República, su administración decidió consolidar los mandatos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial emitidos en los primeros años de la década de 1980, en el sentido de desmantelar el campo, reducir la población económicamente activa (PEA) del medio rural a un dígito (de 28% a 3%), compactar la tenencia de la tierra a los estándares de los países industrializados (un mínimo de 80 hectáreas por propietario, contra 5 hectáreas que es el promedio nacional de tenencia de la tierra), retirar los subsidios y sustituir producción por importaciones en granos básicos (en 1982 fuimos autosuficientes con una cosecha de 22.8 millones de toneladas).
Nada de eso se ha cumplido a pie juntillas, no les dio la inteligencia a los sucesores de Salinas de Gortari en la Presidencia, para concretarlas: el campo social mexicano agoniza, pero hasta ahí. Las importaciones de maíz llegaron a su límite, entre diez y 12 millones de toneladas anuales (produce 22.5 millones de toneladas y requiere de 32.7 millones), cuando menos por los próximos cinco años, pero sí llevaron a México al borde del precipicio en el que se encuentra hoy día con las amenazas de Trump.
Y hablamos del maíz porque de este grano depende la producción de proteína de origen animal (la engorda de reses, cerdos y pollos, depende en 85% del maíz), que es fundamental e insustituible para el desarrollo humano. No por algo los Estados Unidos con una población cercana a 370 millones de habitantes, tienen una serie de medidas proteccionistas para el cultivo de este grano, con el objetivo de mantener su predominio en el mercado internacional, con una producción promedio de 375 millones de toneladas anuales, que significan alrededor de 30% de la cosecha mundial; es el mayor productor y sólo exporta 12%, poco más de 42 millones de toneladas.
México, que se precia de ser el domesticador del maíz hace más de 8,000 años, hoy depende de las importaciones de este grano que realiza de Estados Unidos, con lo que beneficia a las grandes empresas del sector agrícola, como Cargill de origen estadunidense, Maseca, Minsa, Bachoco, por mencionar algunas, y que son las que gozan de las mieles de los más de 10,000 millones de pesos que destina el Gobierno federal, a través de Aserca, en apoyos a la comercialización de este cereal.
Sí así se quisiera ver, ante la coyuntura que se vive en la relación bilateral con Estados Unidos, el Gobierno mexicano tiene la responsabilidad de enmendar esos errores de concentrar los apoyos económicos y financieros en las grandes empresas y productores del campo, que la realidad ya les demostró sus daños al crecimiento del país, y reestructurar el diseño e incluir a los medianos y pequeños productores que constituyen la mayoría, con 4.5 millones de unidades de producción, que hoy producen 85% de las cosechas nacionales, pero que su potencial es, al menos, tres veces mayor, para satisfacer la demanda doméstica de alimentos y obtener excedentes exportables.
Aunque parece ser que “no le cae el veinte” al Gobierno, como dice la vox populi al referirse a los débiles mentales, puesto que en lugar de fortalecer la planta productiva de insumos y con ello sustituir la importaciones para fortalecer la economía doméstica ante la amenaza del presidente Donald Trump, insiste en que «no vamos a quedarnos con los brazos cruzados, hay que abrir la mente y estamos estudiando nuevas alternativas de mercados agroalimentarios, además de ampliar la lista de países proveedores de insumos para el campo», esto en voz del titular de Sagarpa, José Calzada Rovirosa: a tropezarse otra vez con la misma piedra. Qué pena.