Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ
Más que esperanza de cambio para mejorar, se antoja a tormento la elección del 1 de julio para renovar poderes federales y locales. Lo que exhiben los postulantes a los puestos de elección popular, como se le dice de manera coloquial al proceso, son las más bajas y deplorables pasiones, acciones, conductas, hechos, pensamientos y calidad humana de unos y otros. En su decir no asoman virtudes, sólo miseria del ser es lo que se puede ver, y en ello arrastran a una sociedad automatizada, que se dice hastiada y se asume como pensante de tiempo completo para llevar a cabo un cambio en las urnas, pero sin dar muestras de conciencia social y, por ende, de capacidad racional para tomar una decisión de esa magnitud: el electorado está a la espera del repunte para irse a la cargada, sea quien sea.
Intrigas, verdades mentirosas, desencanto, escepticismo, conforman un coctel devastador en el ánimo y poder de decisión de un padrón electoral diezmado históricamente por fraudes y canalladas comiciales. Un vistazo a la historia presidencialista de México así lo demuestra, desde la elección del primer presidente Guadalupe Victoria. Somos un pueblo manipulado que nunca ha estado listo para elegir gobernantes de manera razonada.
Pedir un cambio, pensar en un cambio a través de las urnas, es tan absurdo como pensar que un candidato perdedor, porque así lo demuestra la historia reciente, con un discurso del populismo revolucionario establecido cien años atrás para adormecer y manipular a la sociedad, y del que la masa social hace recodo en río seco; va a recibir feliz ese resultado desfavorable y lo va a magnificar a favor de su opositor que lo venció.
La sociedad sabe que los comicios son una simulación de la democracia, por eso el abstencionismo gana más votos que cualquier candidato. De igual forma, quienes asisten a las urnas saben que eso existe, pero se desentienden. Prefiere el confort de la magia política que de un plumazo hace lo negro blanco, así de sencillo. Aunque esto resulte totalmente absurdo, y gane un candidato al que no se le veían posibilidades.
Y aquí es donde encuentra sentido lo que hacen los candidatos o postulantes por los diferentes partidos o coaliciones políticas. Un relevo de gobernantes no implica un cambio de Estado, de sistema. Por eso mismo deben destrozarse, sacar en su discurso lo más deplorable y sucio del ser social y político. No hay opción, no hay alternativa: todos son corruptos, indecentes, emanados de los más oscuros intereses. Habría que elegir al menos peor, no al más limpio, porque no lo hay. Y, tampoco se hace algo por efectivamente abonar a la construcción de un pensamiento y conciencia social que plantee opciones y estrategias que lleven a un cambio estructural, real.
La contienda electoral la convierten en una guerra sucia, absurda, y hasta esos reductos miserables arrastran a la sociedad. Destruyen con un bombardeo mediático la poca credibilidad, conciencia, racionalidad, de las personas. El voto, que debiera ser un derecho pensado, razonado, lo proscriben, lo reducen a un acto visceral, impulsivo, en un desahogo de odio y resentimiento contra sí mismo, por inconsciente, por incapaz de interpretar, descifrar lo que sucede en la realidad cotidiana.
Pronosticar resultados electorales hoy día es el gran negocio, sin importar yerros conscientes o por omisión, es una apuesta de ojos vendados, oídos sordos y boletas programadas, acuerdos anticipados, mentiras verdaderas o verdades amañadas, es lo mismo, los resultados ya están amarrados, como los gallos en palenque.
Y las variables que debieran ser el soporte discursivo y de compromisos de los candidatos, con propuestas, cuando menos, creíbles de solución a tales problemas históricos como pobreza, desempleo, desnutrición rezago educativo, salud pública, seguridad, derechos humanos y de género, no pintan, porque no ofenden a los opositores en ese lenguaje vulgarizado que les ha dado por utilizar a los contendientes.
Lamentable no encontrar un halo de racionalidad en el desarrollo del proceso electoral para los próximos días y meses. Todo indica que esto continuará como un simple pleito callejero, no como una contienda en la que está de por medio el futuro del país, y de los 120 millones de personas que lo habitamos. Pobre México.