Por Juan Danell Sánchez ⁄ FOTO: Ixbalanqué DANELL PÉREZ
Ni para dónde moverse que no se vea la descomposición en la que ha caído Estado, Gobierno y sociedad en su conjunto, sin distingo de estrato, clase o nivel socioeconómico. Es un tema que tiene que ver de manera directa con la superestructura, la conciencia de los mexicanos, transformada radicalmente en las últimas tres décadas, como parte del pensamiento globalizador que ha llevado a México a transitar en los caminos más absurdos del nihilismo.
Para abrirle paso a la globalización en los países menos desarrollados, las naciones industrializadas liberaron desde los años 80 todo el potencial enajenante del capitalismo y pusieron en práctica los mecanismos de comunicación en su más pura expresión para amoldar, adecuar, educar la conducta y el pensamiento de la masa, la sociedad, en aras de la nueva corriente economicista que negó de manera rotunda, contundente, el orden establecido en las economías cerradas o mixtas, con el objetivo de imponer en su lugar Estados sin fronteras, que favorecieran el libre mercado (o comercio) y con ello consumar nuevas reglas del juego en todos los ámbitos de la reproducción, pensamiento y comportamiento humano.
Y no es que el modelo abatido por la globalización fuera mejor, ¡no! Simplemente que el actual orden mundial apresura el colapso de la humanidad y del planeta. Privilegia la locura muy por encima de la racionalidad, aún en la conducta social y de producción cotidiana del ser humano.
Objetivo central de esto; despojar a los pueblos de su identidad, cultura, lengua, costumbres y hábitos de vida cotidiana, alimentación, creencias, moral, valores, para alinearlos en el reino del consumismo irracional. Para llegar a esto fue necesario alojar en la mente de las personas la descalificación per se, el satanizar a los pensantes que relaman justicia socioeconómica, criminalizar sin ton ni son con el objetivo de despojar a la sociedad del pensamiento crítico, analítico para la toma de decisiones, de la reflexión ante la desenvoltura de la nueva realidad impuesta por el libre mercado, globalización en palabras llanas; este sistema que estructuró el rescate del capitalismo de una crisis originada por saturación de mercancías en un mercado contraído en su poder de compra por la devaluación del salario y la voracidad capitalista en aras de aumentar la plusvalía, lo que dejaba ver horizontes desastrosos para los acumuladores de la riqueza en los años 80 del siglo pasado.
El mundo vive hoy día la cultura de la destrucción como principio básico de la preservación del capital. No de la naturaleza o del ser humano en sí mismos, sino de un sistema depredador donde la individualidad es la premisa por excelencia: lo colectivo, el bien común sólo tienen cabida para su explotación y despojo.
Un antecedente de esta situación es que en los años noventa la producción y reservas petroleras mundiales acusaban un futuro de agotamiento de los grandes yacimientos. El pilar de la producción capitalista estaba, y está, al borde del exterminio por sobreexplotación.
Y en ese escenario México navega a tontas y locas en busca del mejor puerto que pudiera ofrecerle amarras de salvamento, pero no para sus habitantes, sino para permanecer incrustado en el sistema mundial de enriquecimiento, que permita sobrevivir a sus grandes empresas y la alta burocracia, esa que se hace millonaria mediante la corrupción e impunidad, se trata de rescatar la acumulación de la riqueza en esas pocas manos históricas, que son dueños del futuro del país. Un grupo de mediocres por naturaleza, pues no han tenido la capacidad e imaginación suficientes para cortar los grilletes que los someten al rebenque del Norte.
El Estado mexicano perdió la ruta del desarrollo sostenido y la autodeterminación, en ese afán de perpetuar a la clase en el poder. Entregó el país a las multinacionales en charola de plata. Ajustó sus políticas públicas a los intereses de la globalización y los gobiernos de las últimas cuatro décadas estructuraron los mecanismos necesarios para enajenar y someter a la sociedad al nuevo orden mundial, la despojaron de todo pensamiento reflexivo, crítico, analítico: liberaron los demonios investidos en la apatía, cretinos abrigados en la impunidad, corrupción, cinismo, indolencia. Hicieron de la sociedad un ente enajenado, soberbio, sombrío, vándalo, arbitrario, anacoreta, vacuo, frívolo, irracional; composición de seres vacíos, autómatas sumergidos en la negación, adoradores del No a ultranza. Nihilistas pasivos. Ignaros. Impulsores de la decadencia y retroceso del poder del espíritu, como lo diría Nietzsche.
En los días corrientes, que acumulan años, la sociedad mexicana dejó de creer en todo y se convirtió a la Nada como propuesta. Seres inconscientes pervertidos por la codicia transformada en modus vivendi. Está sometida a la sosería. Reina el desencanto, desconfianza, incredulidad y desinterés hacia las instituciones que pudieran representan el orden social y el Estado de Derecho, la figura de poder y respeto por la vida y sociedad se diluyó en libertinajes y trivialidades. Ética, raciocinio y honestidad, están proscritos de la conducta y pensamiento en México.
La decadencia del país hoy es un ritual cotidiano que abona el conformismo, apatía e inconciencia; ingredientes, éstos, diseñados, moldeados por la impunidad con la que operan y se comportan los gobernantes investidos en ladrones, criminales asociados con los barones de la droga, el secuestro y todo tipo de actividades delictivas, autoridades cínicas, empresas depredadoras, instituciones totalmente desvirtuadas, valores morales y sociales devastados.
Es el reino de la impunidad y simulación, dueños, éstos, de todos los órdenes de Gobierno, del pensamiento y actividades diarias de la sociedad.
La comisión de delitos en sus diferentes niveles y expresiones en México caminan libres y rozagantes por todo el país. 97% de las denuncias que se llegan a presentar por esos hechos, quedan sin castigo, y esto abona la negación en la negación misma del ser y la credibilidad en las autoridades e instituciones. La sociedad está criminalizada, las víctimas son victimarios y los criminales impunes operadores del terror.
Las figuras que se erigen como ejemplo a seguir en el país, son las nuevas verdades absolutas, que fincan su poderío en la audacia de la mentira, elemento fundamental de la corrupción, simulación e impunidad, y éstas se erigen como Dios, único motor que mueve a su interés y albedrío a la sociedad y su reproducción socioeconómica y política. El caos es el Rey en turno que habrá de garantizar la prevalencia del capitalismo en un país profundamente sometido por creencias y apatía.
Mientras los países desarrollados primero garantizan el abasto de sus pueblos con lo mejor de sus cosechas y producción pecuaria, para después exportar sus excedentes de menor calidad; en México se exporta lo mejor de la producción agropecuaria y se importa la mitad de los alimentos que consumimos con esos excedentes colocados en el mercado internacional. Esto es sólo un ejemplo de la inconsistencia, irracionalidad y el caos que forman los mecanismos vertebrales del Estado.
Componentes éstos que hacen de las acciones de Gobierno un caldo de cultivo fértil para que tales verdades se apoderen del pensamiento y conducta de la sociedad, y que son difundidos y posicionados a través de los medios de comunicación masiva, que ahora se ven superados en eficacia e inmediatez por las llamadas redes sociales: Facebook y Twitter dominan los tiempos libres y la atención de las personas. Lo que aparece en esos instrumentos de la difusión, que no comunicación, se toma como verdad absoluta por quienes lo ven.
La capacidad de penetración de las redes sociales en el pensamiento de la sociedad es tal que la vida de un ser humano puede llegar a valer menos que la de un animal, o el valor humano de un criminal puede estar muy por encima del de un trabajador, de una persona común, honesta. Las redes sociales son una fuente inagotable de violencia, inducción a la comisión del delito, pontificadores de los más ruines y bajos instintos del ser humano, exaltadores de las pasiones retrogradas, anaqueles de la perversidad, propagadores de la conmiseración, vanidad, egocentrismo, vacuidad pura, que envenenan todo posibilidad del pensamiento crítico, con propuesta.
Son la principal fuente que alimenta la negación en todos los ámbitos del comportamiento humano, sin plantear propuesta alguna en contraparte que propicie bases objetivas para construir una sociedad justa. Atizan a cada segundo la negación, apatía, individualismo, explotan el egocentrismo y la vanidad, como mecanismos enajenantes para despojar del sentido de comunidad e interacción social presencial a los seguidores de estas redes. Despojan del poder de pensar y analizar a sus videntes, que cada día son más y más. Facebook tiene más de 65 millones de cuentas en México y Twitter más de 35 millones.
A través de los perfiles, textos, fotos, videos, imágenes, comentarios, opiniones, citas incomprobables de pensadores que, a cada segundo, o fracción de segundo, suben a esa parte del ciberespacio los feisbuceros y twitteros se puede trazar la personalidad de éstos, construir sus anhelos, frustraciones, esperanzas; establecer su nivel de conciencia y capacidad de respuesta razonada ante situaciones de interés individual y colectivo. Reaccionan con mayor rapidez y facilidad a los llamados al encono, sarcasmo, superficialidad, violencia, intrascendencia, solemnidad vacua, conmiseración y lamentos baladís. No así a las escasísimas propuestas a razonar de manera concisa, sensata, profunda y activa, sobre temas de interés nacional.
Estos mecanismos de manipulación y dominio crearon su vacuna al nacer para mantenerse vigentes e incuestionables: Facebook es trivial, superficial, para la masa por las razones ya expuestas; Twitter, en cambio, es duro, propio para políticos y tomadores de decisiones. Ambos constituyen, si así lo requiere el Estado, la herramienta más efectiva de los tiempos modernos para espiar y manipular. Los saqueos por el gasolinazo fueron un ejemplo y muestra de esto.
Y ahí, en ese estado de inopia mental, anarquía y caos en el actuar antes que reflexionar y pensar, es precisamente donde el Estado quiere permanezca la sociedad para que la prevalencia del sistema del capitalismo salvaje que vive México pueda consolidarse una vez más en los próximos comicios, en 2018.
Vale citar a Nietzsche quien precisó que cuando la voluntad disminuye o se agota, aparece el nihilismo, puesto que tal voluntad no es otra cosa que la esencia de la vida. “Y este tipo de nihilismo está a punto de llegar porque todos los valores creados por la cultura occidental son falsos valores porque son la negación de la vida misma. Entonces, cuando esos valores ilusorios se derrumben, llegará necesariamente el nihilismo”.