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La diosa Chalchiuhtlicue quedaría impactada al ver en lo que se han convertido los ríos y arroyos que, según la mitología azteca, surgían de sus manos. Esta deidad de las aguas terrestres arrugaría el rostro al ver la contaminación que arrastran estos cursos de agua y que aumenta exponencialmente a su paso por las grandes urbes, no sólo de México, sino de toda América Latina.
Lamentablemente, en nuestra región la mayoría de las aguas negras se vierten en las cuencas sin ningún tratamiento. Y ya hay daños irreversibles para el medioambiente, aseguran los expertos.
“El 5% de las especies de peces de los ríos de México están extintas,” afirma Renée González, del Fondo Mexicano para la Conservación de la Naturaleza. Y un 33% adicional de los peces de agua dulce están en peligro de extinción, según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad.
Otro daño al medio ambiente difícil de remediar es la erosión de los suelos, dice la experta. “La erosión se da sobre todo en áreas donde pierdes cobertura vegetal”, explica. Al no tener cobertura vegetal, pero más lluvia –a causa del cambio climático-, se desliza más tierra en los ríos. Y cuando los ríos se llenan de tierra, aumenta la probabilidad de inundaciones que pueden afectar a muchas personas río abajo.
“Esta es una de las partes en que la infraestructura natural ha cambiado y esto hace que después sea muy difícil regresar a la situación anterior”, comenta González.
Por esto y otras razones, México es uno de los países que, en su compromiso ante el cambio climático enviado a las Naciones Unidas, menciona medidas de mitigación, pero también de adaptación al fenómeno.
“Para México la adaptación es algo muy importante,” explica González. “El país está rodeado entre océano Pacífico y el Atlántico, tiene un área de litoral muy amplia y está afectado por los huracanes”.
Además de los estragos que acaba de dejar la tormenta Earl, se sabe que el Golfo de México sufrirá huracanes más intensos por el cambio climático, ante lo cual el país se tiene que adaptar con “barreras naturales” – conservar los manglares y las dunas, por ejemplo, u organizar las ciudades de manera que se minimice el impacto.
Todo está conectado
Pero no solamente hay que buscar respuestas en las costas. Hay que mirar mucho más arriba: reforestando las partes altas de las cuencas – por ejemplo, a orillas de los ríos que descienden de las montañas – para que se retenga más el suelo, se llenen menos los ríos de tierra, y haya menos inundaciones cuenca abajo.
“Todo está unido”, dice González. “Si quitas bosques en la parte de arriba en la montaña, las raíces ya no retienen la tierra, esta tierra va hacia los ríos y, como el agua tiene que seguir su curso, acaba inundando ciudades como Veracruz o Tlacotalpan.”
Por eso, México ha puesto en marcha un proyecto para lograr este objetivo: cuidar las cuencas de arriba a abajo, siguiendo el curso que empieza en las montañas hasta llegar a los océanos, con medidas de mitigación y adaptación al cambio climático.
Esto requiere coordinación entre entidades gubernamentales y privadas. Con apoyo del Banco Mundial, están trabajando la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR), El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INEEC) y el Fondo Mexicano para la Conservación de la Naturaleza (FMCN).
“Lo que está tratando de hacer el proyecto es que estas cuatro instituciones alineen sus inversiones, de manera a que cuando lleguen al territorio tengan una coordinación adecuada”, comenta González.
Por el momento, el proyecto se está enfocando en la parte alta, pero tomando en cuenta otros elementos, explica González:
Áreas Protegidas: El objetivo es fortalecer las áreas protegidas, en las montañas, como el Parque Nacional Pico de Orizaba, en la montaña más alta de México, y también en las costas, como el Parque Nacional Sistema Arrecifal Veracruzano. “Las áreas protegidas son los pilares de las cuencas”, dice Andrew John Rhodes Espinoza, Director General de Desarrollo Institucional y Promoción de la CONANP. “El agua de la cuenca viene de las áreas protegidas. Entonces su papel es fundamental. De ahí que fortalecer la efectividad del manejo de las áreas protegidas y su sostenibilidad financiera a través de los recursos que se están apalancando es fundamental”, señala.
Producción: Entre las montañas y el mar hay bosques, actividades agrícolas, pueblos y ciudades. Ahí se incentiva a los dueños de los bosques a conservarlos, con la ayuda de pagos por servicios ambientales de la Comisión Nacional Forestal. También se impulsa, con la ayuda de organizaciones de sociedad civil, una ganadería y una agricultura mejor manejadas y menos dañinas para el medioambiente.
Monitoreo: Para saber cuál es la situación de daño del medioambiente, pero también cuáles son los resultados de las iniciativas y dónde es más eficiente invertir, hay que monitorear la calidad del agua y otros indicadores. De eso se encarga el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático. También se trabaja en planes de manejo de la cuenca con participación de los pobladores.
Participación ciudadana: Con foros e intercambios de experiencias entre las comunidades, se divulga la información sobre la importancia de las cuencas para sus vidas. Así, dice González, “la gente va a exigir que las inversiones se den en los sitios prioritarios en el territorio”.