Por Ángel Gurría*
La pandemia trae consigo la tercera y la mayor crisis económica, financiera y social del siglo XXI tras el 11-S y la crisis financiera mundial de 2008. El impacto de su sacudida es doble: por una parte, un frenazo en la producción de los países afectados, que a su vez golpea a las cadenas de suministro de la economía mundial, altamente integrada e interdependiente; y, por otra parte, una contracción pronunciada del consumo y el desplome de la confianza. Las estrictas medidas que se están aplicando son imprescindibles para contener el avance del virus, pero están empujando a nuestras economías hacia una parálisis sin precedentes de la que no se saldrá de forma fácil ni automática.
Sin duda, la prioridad más urgente es minimizar el número de contagios y muertes, pero la pandemia también ha desencadenado una crisis económica de primera magnitud que lastrará nuestras sociedades durante años. Muchos países han puesto en marcha respuestas iniciales contundentes, lo cual es encomiable. No obstante, solo se podrá abordar el desafío con un esfuerzo internacional coordinado.
La enorme magnitud del choque que estamos sufriendo introduce una complejidad sin precedentes en la elaboración de previsiones económicas. Las Perspectivas Económicas Provisionales de la OCDE, publicadas el 2 de marzo de 2020, contienen un primer intento de cuantificar el posible impacto del COVID-19 en el crecimiento mundial. Nuestras estimaciones proyectaron un impacto negativo severo, pero ahora parece que ya hemos superado incluso el escenario más grave que contemplábamos en esos momentos.
El comportamiento de los mercados financieros refleja la extraordinaria incertidumbre de la situación. Parece cada vez más probable que veamos descensos secuenciales del PIB mundial o los PIB regionales, en el trimestre actual y en los próximos trimestres de 2020. Además, aunque resulta demasiado prematuro vaticinar el alcance de las repercusiones del COVID-19 en muchos países en desarrollo -sobre todo en el África Subsahariana- parece claro que incluso en el mejor de los casos, si esquivan lo peor de la crisis sanitaria, estos países sufrirán económicamente como les ocurrió tras la crisis de 2008. Estamos muy pendientes de estos acontecimientos y actualizaremos nuestro análisis regularmente.
El agravamiento de la crisis sanitaria con una gran crisis económica y financiera provocará muy probablemente fuertes tensiones en nuestras sociedades. Incluso después de que haya pasado lo peor de la crisis sanitaria, la población tendrá que enfrentarse a la crisis de empleo que sobrevendrá. Mucho antes del brote, la economía mundial ya mostraba una serie de vulnerabilidades de fondo que ahora amenazan con agravar la desaceleración que ha provocado el COVID-19. Entre estas vulnerabilidades, cabe destacar el elevado nivel de deuda de las empresas y las tensiones comerciales entre las grandes economías. Otra vulnerabilidad importante son las desigualdades en materia de renta, riqueza y estabilidad laboral que existen en muchos países y que amenazan a amplias franjas de nuestras poblaciones.
Más de un tercio de los hogares en los países de la OCDE sufre inseguridad financiera, lo que significa que se sumirían en la pobreza si se vieran desprovistos de sus ingresos durante tres meses.
En cuanto a las restricciones al comercio, que se han multiplicado durante los últimos años, estas podrían afectar no solo a suministros médicos muy necesarios en algunas circunstancias, sino también perturbar las cadenas de suministro de los productos de alimentación u otros bienes y servicios esenciales. En un plano más general, dichas restricciones incrementan el riesgo de que el brote revista aún mayor gravedad y de que la recesión sea más profunda y duradera.
Ha llegado el momento de las respuestas eficaces y a gran escala. Estas respuestas han de llevarse a cabo a todos los niveles: subnacional, nacional e internacional. Deben ponerse en marcha inmediatamente teniendo en cuenta diferentes imperativos y horizontes temporales:
a) la necesidad inmediata de abordar la crisis de salud pública;
b) la necesidad posterior de reactivar la economía;
c) la necesidad a más largo plazo de adoptar nuevas políticas para reparar el daño y asegurar que estemos mejor preparados para futuras crisis.
La OCDE está apoyando y contribuyendo a fortalecer y orientar estas acciones con base en su conocimiento y experiencia en políticas multidisciplinares.
La crisis del COVID-19 ha dejado al descubierto las debilidades de nuestros sistemas de salud, desde el número de camas de cuidados intensivos hasta el número de efectivos, la incapacidad para suministrar suficientes mascarillas y realizar pruebas en algunos países, y las lagunas en la investigación y el suministro de fármacos y vacunas.
Más allá de la respuesta inmediata en el ámbito de la política sanitaria, el mundo necesita acciones decisivas y ambiciosas para mitigar la desaceleración económica y proteger a los más vulnerables. Se trata de las personas: mayores y jóvenes, mujeres y hombres, quienes viven con ingresos bajos o sin ingresos, o aquellos que ya se enfrentaban a una situación difícil y serán los más castigados.
En este desafío, hay algo que no debemos perder de vista: la única forma de reactivar nuestras economías de manera rápida y contundente es a través de acciones inmediatas, coordinadas y a gran escala. Resulta alentador ver que ya se han lanzado muchas iniciativas de gran calado, pero se requiere una mayor coordinación internacional para garantizar que estas iniciativas generan los mayores y mejores resultados, tranquilizan a los mercados y ayudan a los países y las personas más vulnerables. La coordinación entre los bancos centrales es digna de elogio, la reciente declaración del G7 es contundente y marca unas pautas claras, y el G20 celebrará una cumbre virtual de líderes la próxima semana, pero necesitamos con urgencia una coordinación mucho mayor dentro de todo el espectro de políticas.
Para aportar los recursos necesarios que permitan abordar la emergencia inmediata de salud pública, amortiguar la sacudida económica y trazar el camino hacia la recuperación, la OCDE hace un llamado a realizar un esfuerzo sustancial, creíble y coordinado internacionalmente con cuatro vertientes:
1.- Los gobiernos deberían garantizar una mayor cooperación internacional a la hora de abordar este desafío sanitario. La coordinación que se está llevando a cabo en el ámbito científico es admirable, pero debe complementarse con medidas para garantizar que las vacunas y tratamientos, una vez desarrollados y fabricados, lleguen a las personas lo más rápido posible. Si se hubiera desarrollado una vacuna contra el SARS-CoV-1 en su momento, se habría acelerado el desarrollo de otra para el brote actual, dado que las semejanzas entre ambos virus llegan al 80%. Actualmente, los organismos reguladores (la FDA en Estados Unidos, o la Agencia Europea de Medicamentos, entre otros) deberían trabajar juntos para eliminar los obstáculos normativos para las vacunas y los tratamientos.
2.- Los gobiernos deberían impulsar políticas de manera conjunta, en lugar de abordarlas de forma descoordinada. Deberían proporcionar un colchón financiero inmediato para que las economías amortigüen el impacto negativo y acelerar la recuperación. Lo anterior comprende inversiones inmediatas en:
- Sanidad: pruebas exhaustivas; tratamientos para todos los pacientes, con independencia de que estén asegurados o no; apoyo a los trabajadores sanitarios; reincorporación de los sanitarios jubilados, protegiendo al mismo tiempo a los grupos de alto riesgo; mejorar el suministro de mascarillas, unidades de cuidados intensivos y respiradores, entre otros;
- Personas: planes de empleo a corto plazo, menos requisitos para beneficiarse de la prestación por desempleo, ayudas directas a los trabajadores autónomos y apoyo a los más vulnerables;
- Empresas: aplazamiento de los pagos de tasas e impuestos; reducciones o moratorias temporales del IVA; mayores oportunidades de financiación mediante líneas de crédito o avales públicos y paquetes de medidas especiales para pymes, especialmente en los sectores del turismo y los servicios.
Cuando se haya superado el punto álgido de la crisis, se debería priorizar un programa de inversiones planificado adecuadamente —coordinado entre los países— que se centre sobre todo en la investigación y el desarrollo de las infraestructuras en el sector de la salud.
3.- Los bancos centrales ya han puesto en marcha acciones ambiciosas para sostener la economía, pero la regulación y supervisión financiera es otra área donde la coordinación podría generar mejores resultados. La perturbación económica provocada por la crisis del COVID-19 está dañando el funcionamiento de los mercados financieros, los resultados de los bancos y los balances. Un enfoque coordinado a la hora de supervisar, diagnosticar tensiones emergentes y adoptar medidas reguladoras arrojaría unos resultados mucho más positivos que un conjunto de respuestas incoherentes y fragmentadas.
4.- Por último, hoy más que nunca, es crucial aportar todos los medios y elementos que sean necesarios para restablecer la confianza pública. Aunque la clave reside en controlar el brote del virus, el abordar los factores que estaban minando la confianza incluso antes de la aparición del COVID-19 también ayudaría, incluyendo la retirada de las restricciones al comercio.
La respuesta de la OCDE a esta crisis será contundente y plural. Como punto de partida hoy ponemos en marcha una plataforma que suministrará información oportuna y exhaustiva sobre las políticas que se adopten en países de todo el mundo para responder a esta situación, acompañadas en algunos casos de asesoramiento de la OCDE.
También, publicaremos una serie de notas sobre políticas centradas en diversas áreas relacionadas con la crisis del COVID-19: vacunas, impuestos, educación, pymes, etc. De este modo, esperamos ayudar a los gobiernos a intercambiar aprendizajes en tiempo real, facilitar la coordinación y contribuir a las acciones internacionales necesarias para afrontar este ingente desafío colectivo.
En nuestro mundo globalizado, los problemas ya no pueden abordarse desde el interior de las fronteras nacionales, ya sea un virus, el comercio, las migraciones, los daños medioambientales o el terrorismo. Las acciones multilaterales generan efectos positivos mucho más rápidos y fuertes que los que obtienen las acciones de los países que actúan en solitario. Como nos lo está demostrando el coronavirus, no hay un solo país que pueda salir de esto sin el apoyo de los demás.
Necesitamos liderazgo, conocimiento y un nivel de ambición similar al del Plan Marshall, por el que se creó la OCDE, y una visión como la que inspiró el New Deal, pero a escala planetaria.
Con serenidad, disciplina individual y colectiva, un sentimiento profundo de solidaridad y un propósito compartido podremos superar estas circunstancias inesperadas y complejas.