Por John Roome* / ILUSTRACIÓN: BANCO MUNDIAL
En Ecuador, el mes pasado, un terremoto de magnitud 7.8 provocó más de 600 muertos y casi 30,000 heridos. Los daños económicos se estimaron en más de 3,000 millones de dólares. Desafortunadamente, eventos como estos se están volviendo muy comunes. Los impactos de los desastres naturales van en aumento, amenazando cada vez más las economías y las vidas de millones de personas en todo el mundo.
De hecho, las pérdidas mundiales debido a los desastres casi se han cuadruplicado en las últimas décadas, subiendo de un promedio de 50,000 millones de dólares al año en la década de 1980 a cerca de 200,000 millones anuales en el último decenio. Las personas pobres son las más afectadas por estas situaciones: en los últimos 20 años, en los países de ingreso bajo se produjeron un poco más de una cuarta parte de las inundaciones, pero en ellos se registró casi con 90 % de las víctimas relacionadas con dichos eventos meteorológicos.
Tendencias como el crecimiento de la población y el aumento de la urbanización provocan pérdidas en las regiones vulnerables. Hasta 1.4 millones de personas se trasladan a las ciudades semanalmente y gran parte de este crecimiento —un 90 % hasta 2050— ocurrirá en África y Asia. Al mismo tiempo, el cambio climático amenaza con empujar a la pobreza a más de 100 millones de personas antes de fines de 2030. Ejemplos como estos ponen de manifiesto que el riesgo de desastres no es estático, sino que evoluciona de manera muy rápida.
Una mayor cantidad de Gobiernos, comunidades y organizaciones internacionales están aprendiendo que las inversiones inteligentes en preparación y capacidad de adaptación pueden evitar que los peligros naturales se conviertan en catástrofes para la humanidad. Estas inversiones también pueden ofrecer otros beneficios, como estimular la creación de empleos y el crecimiento económico, aumentar las oportunidades educativas, mejorar la igualdad de género y la protección del medio ambiente, y además pueden ayudar a lograr las exigentes metas de desarrollo cuyo plazo vence en 2030.
La información precisa y confiable sobre los riesgos de desastres es el eje de inversiones eficaces. Según el Fondo Mundial para la Reducción de los Desastres y la Recuperación (GFDRR), (i) una alianza de 34 países y nueve organizaciones internacionales administrada por el Banco Mundial, convencer a los Gobiernos de que inviertan antes de que se produzca un desastre requiere un proceso de identificación de riesgos rápido, riguroso y sistemático. A medida que la tecnología permite que la información sobre los riesgos de desastres sea más accesible que nunca, las personas y los Gobiernos de todo el mundo mejoran su capacidad (i) de identificar los riesgos.
«Con los importantes avances tecnológicos y en la investigación, que son más accesibles y asequibles, esta es una oportunidad para que los responsables de formular políticas, los profesionales del desarrollo y las comunidades se doten de información sobre cómo prepararse mejor para un peligro. El cambio climático amenaza con aumentar el riesgo de desastres y hacer desaparecer importantes logros de desarrollo, por lo tanto ya es hora de adoptar un enfoque aún más activo y serio sobre una gestión inteligente del riesgo de desastres.»
*John Roome es Director superior del Área de Soluciones Transversales en materia de Cambio Climático del Grupo Banco Mundial.